DELANTE DE TUS NARICES

Un brindis por Emilio Lacambra

Daniel Gascón

Daniel Gascón

Casa Emilio es el mejor restaurante del mundo, y uno de los sitios donde más he disfrutado. Esta semana ha muerto a los 78 años su dueño, Emilio Lacambra: hostelero, actor ocasional, viejo comunista, una institución zaragozana y un referente de la cultura y la izquierda, de la generosidad y la amistad.

El restaurante, donde se celebraban reuniones de Andalán y se han hecho pactos de gobierno, donde se fraguaron proyectos periodísticos y editoriales, es una casa de comidas tradicional que abrió la familia de Emilio hace 84 años. Al principio paraban sobre todo camioneros y viajantes; ha tenido un papel decisivo en la cultura en Aragón desde los 70.

Yo fui por primera vez a los doce o trece años y durante mucho tiempo iba una o dos veces por semana, con amigos de edades muy distintas, vinculados a la literatura, el cine y el periodismo. Recuerdo noches delirantes, discusiones eruditas y disparatadas, canciones improvisadas, números repetidos; debates sobre palabras y libros, las bromas del llorado camarero José Mari y a sus compañeros Pascual y Nicoletta, la caja de Ámbar sobre el mantel blanco, sobremesas que acababan en la madrugada. Recuerdo también salir de una cena y pensar que había aprendido más esa noche que en los seis meses que llevaba en la carrera. Me acuerdo de noches con Eloy Fernández Clemente y José Antonio Labordeta, de cumpleaños de Pisón, a Emilio Gastón recitando a a petición de Cristina Grande porque nos gustaba oír «ipsofactamente», a Ismael Grasa asomado a la ventana, una dedicatoria de Miguel Mena o jam sessions de ingenio de Félix Romeo, Luis Alegre y David Trueba que nos tenían 20 minutos llorando de la risa y terminaban con Mariano Gistaín diciendo: «Ay, qué ratito más malo». Javier Cercas quería ir a golpear las mesas, Enrique Vila-Matas quedó asombrado por la brutalidad surrealista, al chileno Rafael Gumucio le concedimos la ciudadanía aragonesa. Un día Chusé Raúl Usón rompió una mesa de un puñetazo festivo, impresionando a colegas editores de Barcelona y Madrid, qué poderío. Por allí ha pasado toda la cultura española y a la vez es un lugar modesto y popular. Emilio aparecía al final y se sentaba un rato con nosotros: discreto, inteligente, cariñoso sin zalamerías. Era un hombre de convicciones firmes que nunca intentaba imponerlas. Te olvidabas un periódico y te avisaba. Cuando murió Labordeta, Emilio contó que el cantautor le mandaba a indigentes a comer en el restaurante: Ya me pasarás la cuenta, dijo Labordeta. Con una condición, respondió Emilio: que yo pague la mitad. Como ha escrito José Luis Melero, la anécdota retrata a los dos. El lunes pasado Adriana, la hija de Emilio, escribió en Twitter: «Pues ayer mi padre fue a votar en camilla y en camisón, supera eso». Fue un hombre que hizo felices a sus amigos y sus amigos éramos muchos.

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