VIENTO FRESCO

Medicina rural

Marco Antonio Navarro Laguna

Marco Antonio Navarro Laguna

Son las doce de la noche. Mi mujer, de repente, en décimas de segundo empieza a sentir un dolor agudo intenso, me decía que se iba a desmayar del dolor, a la altura del abdomen. No entendíamos qué estaba pasando, pero sus sollozos eran muy graves. Nos encontrábamos en su pueblo, Aliaga, precioso pueblo que veraneamos junto a mis suegros en las cuencas mineras. A unos ciento cincuenta kilómetros de nuestra casa, y a una hora del hospital de Teruel. Noche cerrada y oscura, tenebrosa con los gritos de dolor de mi esposa tendida en el suelo de dolor.

Asustado, llamo al centro de salud y me responde el enfermero que acudían ahora mismo. Dada la extrema gravedad en la que veo a mi mujer, la cojo en brazos y la llevó al centro de salud. Ahí se abrió la ventana al cielo en medio del caos.

La doctora y el enfermero, bregados en mil batallas, dicen rápidamente el diagnóstico: «parece un cólico de riñón». Estabilizan a mi mujer y en ambulancia la trasladaron a Teruel.

Puedo conversar con los dos profesionales que nos atendieron, Eva y Agustín. Son dos ángeles en medio de un infierno.

No saldrán en los periódicos, ni en las revistas más punteras del país, pero su ejemplo es digno de mención. Personas anónimas, profesionales, que hacen de su profesión su pasión. Médico y enfermero puede, entrecomillado, ser cualquiera que estudie y se prepare, pero ejercerlo con pasión, profesionalidad y entereza como ellos, hay muy pocos.

¿De verdad faltan médicos y enfermeros rurales? ¿Saben la grandísima labor que hacen?

Me cuentan que atienden unos ocho pueblos cercanos más. Las guardias que hacen son de días. Estas personas merecen el mayor de mis reconocimientos. Vocación, empatía con el débil, con el que sufre, especialización, cercanía, profesionalización, son las características de estas personas que hacen que todavía no perdamos la esperanza en el ser humano.

Al día siguiente, voy a llevarles un detalle, y me dicen que no lo podían aceptar, que no estaban acostumbrados.

Estas personas, que dejan a sus familiares y sus vidas para cuidar y salvar las vidas de las demás, tendrían que tener mínimo una calle en los pueblos en los que ejercen su trabajo. Son los héroes sin capa de la actualidad.

Cuando mis hijos me pregunten qué es un héroe, les pondré a ellos de ejemplo.

Estas personas anónimas que hacen de su vida y su trabajo un ejemplo, tendrían que tener el reconocimiento que se merecen. El mío lo tienen, y para siempre. Eva y Agustín, tenéis un amigo para lo que necesitéis. Un honor para mí conoceros.

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