Libros

En la localidad turolense pueden leerse las terrosas páginas del pasado

Luis Negro Marco

Luis Negro Marco

Libros: «Localidad con ayuntamiento en la provincia, partido judicial y diócesis de Teruel, con 638 habitantes. Tiene cartero, está situado en una hondonada, debajo de un enorme peñasco. Hay una fuente de aguas sulfurosas, de excelentes resultados». Con esta sucinta definición aparecía definida, en uno de los diccionarios enciclopédicos españoles de finales del siglo XIX, la localidad turolense de Libros, con sus huertas regadas por el Turia y situada a 28 kilómetros al sur de Teruel, entre Villel (localidad natal de Tadeo Calomarde, el influyente y decisivo político durante los últimos años del reinado de Fernando VII) y el –saliente valenciano en suelo aragonés– Rincón de Ademuz.

Dice un refrán español: «Libro cerrado no saca letrado». Un proverbio que para los habitantes de Libros adquiere pleno significado, por cuanto su propio nombre es una declaración de apertura, como las páginas abiertas de un libro, hacia la aventura del saber.

Para los paleontólogos, al igual que para los arqueólogos, las distintas capas de tierra y sedimentos que a lo largo de millones de años se han ido acumulando en el suelo, son como las páginas de un libro, que nos informan sobre cómo fue el paisaje, la flora, la fauna y el hábitat humano, hace millones de años (en el caso de la Paleontología) y miles de años (en el caso de la Arqueología).

Y lo más curioso es que la localidad turolense de Libros es uno de los lugares del mundo donde esas terrosas páginas del pasado pueden leerse con mayor nitidez, al tiempo que nos aportan una de las más valiosas informaciones sobre el millonario pasado de nuestro planeta.

Estas «páginas del pasado» de Libros se encuentran en el interior de unas pizarras calcáreas bituminosas que, desde el siglo XVIII, fueron explotadas por empresas mineras para extraer de ellas su rico contenido en azufre. Y fue así como, desde finales del XIX y hasta el último cuarto del del siglo XX, las labores mineras dieron con un extraordinario, a la vez que del todo imprevisto, hallazgo paleontológico: en el interior de las grandes cantidades de margas pizarrosas que se retiraban de las minas para extraer el azufre, había centenares de ranas fosilizadas, cuya antigüedad se remontaba al Mioceno (período geológico que se desarrolló entre los 23 y los 5 millones de años anteriores a nuestros días).

Las ranas fósiles de Libros, aplastadas entre laja y laja, como si fuesen hojas de árboles que se hubiesen puesto a secar entre las páginas de un libro, son conocidas a nivel mundial por su excelente estado de conservación (muchos de los ejemplares conservan el esqueleto completo, e incluso las impresiones de sus órganos, el tejido muscular y hasta la piel) por lo que se encuentran distribuidas y son exhibidas en los más prestigiosos museos paleontológicos, tanto nacionales como extranjeros.

Por otro lado, y ya acercándonos a fechas mucho más recientes, es interesante resaltar que Libros tuvo una estrecha relación con Villafeliche, por cuanto los célebres molinos de pólvora –que abastecieron de munición a Zaragoza durante los dos sitios a los que la sometieron las tropas de Napoleón en 1809 y 1809– de la población zaragozana, precisaban del azufre que se extraía de Libros para la elaboración de la negra y explosiva mezcla.

De este modo, arrieros villafelichinos llegaban hasta Libros con el doble de vasijas –fabricadas en los casi dos centenares de alfares con los que llegó a contar Villafeliche– que las necesarias para traer en ellas el azufre de la localidad turolense, mientras que los «libreros» (los habitantes de Libros), a cambio del sulfuroso elemento de sus minas, adquirían los excedentes cerámicos de sus aragoneses paisanos villafelichinos.

Y, como de otro modo no podía ser, Libros hace también honor a su nombre, a través de su callejero literario (muchas de las calles de la población han sido rebautizadas con nombres de escritores españoles) y mediante la organización del festival Mi pueblo lee, en cuyas tres ediciones celebradas hasta ahora, han participado algunos de los más destacados periodistas y escritores de España.

En este sentido, la población turolense de Libros quizás podría tender puentes con la vallisoletana de Urueña (conocida como «la villa del libro») en la que hay 12 librerías y tres museos (el del cuento, el de la música y el de las campanas). Porque aunar esfuerzos es transcender fronteras y cuando de cultura se trata no hay ninguna.

Finalmente, Libros también aspira a tener una gran biblioteca (la palabra griega biblion significa libro) que, al igual que lo fue la de Alejandría –una de las siete maravillas del mundo– en la Antigüedad, se convierta en el gran faro de la cultura de los libros en nuestro país. Una idea que, a buen seguro no se convertirá en papel mojado, sino que –bien al contrario–, haciendo buena la paremia de que «el papel lo aguanta todo», será muy pronto una hermosa realidad, ya que todo el saber acumulado por la Humanidad, desde sus orígenes hasta nuestros días –¡todo!– no está en internet, sino en los libros.

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