EL MIRADOR

El hombre del suelo, un indicador social

Carmen Pérez Ramírez

Carmen Pérez Ramírez

Con calor de agosto la pantalla anunciaba los minutos que faltaban para que llegara el tranvía con dirección al barrio de Sachsenhausen. Miraba las calles en el plano de la ciudad de Frankfurt, en ese momento reparé en aquel hombre echado en el suelo abarcando parte de la marquesina y de la acera. Su cuerpo inmóvil era observado en silencio; cerca de sus manos había un bocadillo y un botellín de agua. El tranvía llegó y de él bajó un ciudadano, se paró delante del hombre del suelo, se inclinó, cogió la botella de agua y se fue. Apoyada en el brazo del asiento del tranvía, miraba por la ventana cómo se alejaba la figura del hombre que seguía inmóvil.

Esa situación tan penosa me evocó obras de grandes artistas como la del Joven mendigo o Niño espulgándose (1650) de Bartolomé Esteban Murillo –los piojos siguen existiendo igual que la pobreza y sus víctimas–, Francisco de Goya en Muerta de hambre, o el pintor francés Jules Bastien con un realismo naturalista y sentimental en El mendigo (1880), representaron miserias de esas que se han dado en todos los tiempos.

La pobreza actual tiene unas dimensiones inconcebibles. Las calles suelen ser el escenario de aquellos que no tienen dónde vivir, lo estamos viendo en muchas ciudades europeas. En el sur de Alemania, por ejemplo, el índice de los sin techo es llamativo, como en Madrid.

En Zaragoza, debido a una desordenada política nacional, aumenta el número de inmigrantes vendiendo por las calles sin ser integrados. Vemos a los que se sientan en las puertas de los supermercados como estancias propias de cara a otros mendigos. Aquellos que están en espacios como los jardines o debajo de las arcadas de los puentes, o en zonas al lado de las autovías cercanas a la ciudad, despliegan sus colchones, sus mantas, buscan su espacio e intentan sobrevivir. Y la otra pobreza, la de los jóvenes subsistiendo con un sueldo mínimo para poder comprar lo necesario para alimentar a la familia. Para más carga, los precios en los supermercados van aumentando exponencialmente y a la vez van bajando las cantidades del producto. Este estado se parece cada vez más a un mal juego de supervivencia con víctimas.

Cada 17 de octubre se celebra el día mundial de la pobreza. ¡Qué ironía! Dicen celebrar esta tragedia que lleva a la exclusión social, habrá que decir: recordar el triste y lamentable día de la pobreza. Se habla de esta penuria con un discurso recurrente basado en estadísticas, en porcentajes. Cuando intentan justificar el aumento del riesgo de mayor pobreza, se escudan en crisis pasadas que, según dicen, siguen activas, como la pandemia que pasó o cuando surgió el desastre de la guerra que está provocando el gobierno ruso.

Deberíamos sentirnos afortunados por tener muchos ministros que se han repartido tareas subdividiéndolas para dar una imagen de competencia, así que para atender la alimentación, el comercio y el consumo se nombran tres ministerios. Siendo así, ningún ministro competente e incompetente ha salido a la palestra para informar del trabajo que se está haciendo para bajar los índices de pobreza. Esto se llama dispersar en larga inoperancia. Con estos responsables políticos, no, más bien nos sentimos decepcionados y apenados.

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