TERCERA PÁGINA

Palestina

Solo con la ayuda de todos será posible la paz entre israelíes y palestinos

Luis Negro Marco

Luis Negro Marco

Como una tierra constantemente batida por oleadas de pueblos empujados por los vientos de la Historia, el territorio de Palestina ha cambiado tanto de dominadores como de nombres. Pero el de Palestina (nombre que le habrían dado los romanos para tratar de borrar al de los irreductibles judíos de Israel) parece provenir de los Filisteos, cuya memoria ha perdurado en la denominación de Phalastin, término que sirvió para dar nombre al litoral que se extiende entre Jaffa y Gaza.

Llamado por los israelitas «Tierra prometida», el territorio fue dividido por ellos en 13 tribus. Más tarde, al regresar los judíos de su cautividad en Babilonia (536 a.C.) lo dividieron en 4 provincias: Betania al este del río Jordán, Galilea al noroeste, Samaría en el centro y Judea en el suroeste. Bajo la dominación de Roma, Palestina pasó a formar una sola provincia, con el nombre de Reino de Judea, cuya corona ciñó –en el año 40 a.C.– el rey Herodes. Ya en el siglo IV d.C. los romanos volvieron a subdividir el territorio en 4 regiones, otorgándoles a cada una de ellas el nombre de Palestina, junto a su respectivo numeral, con capitales en Escitópolis, Bostra, Cesarea y Petra.

Durante las Cruzadas, los cristianos –que la denominaban con el título de Tierra Santa– fundaron en Palestina el Reino de Jerusalén (1099–1291) que fue señorío feudal de los príncipes de Galilea y de Tiberíades, de los Condes de Jope y de Ascalón… y desde el siglo XIII, del Reino de Sicilia. Hecho, este último, crucial para la monarquía hispana pues (siguiendo a los historiadores Daniel Berzosa y Matilde Latorre), cuando Fernando el Católico, casado con Isabel la Católica, ocupa en 1468 el reino de Sicilia, el monarca aragonés (nacido en Sos del Rey Católico) adquiere también el título de rey de Jerusalén, el cual, perpetuamente ligado desde entonces a la monarquía hispana, sigue honoríficamente ostentando nuestro monarca, el rey Felipe VI. Palestina, también llamada Eretz Yisra’el (Tierra de Israel) por el pueblo judío, seguiría siendo conquistada y tras la caída, en el año 1453, de Constantinopla –la actual Estambul– a manos de los turcos, el sultán Selim I la incorporó al Imperio Otomano, con el rango de provincia y capital en Jerusalén, dependiente del bajalato de Damasco.

Ya en el siglo XX, en 1917, en plena Primera Guerra Mundial, una declaración firmada por el ministro de Asuntos Exteriores inglés, Arthur Balfour, iba a ser determinante para el devenir de Palestina: «El gobierno de Su Majestad británica se muestra favorable para la constitución en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío… dándose por supuesto que no se tomará ninguna medida que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina…».

Palestina pasó a ser gobernada –a partir de 1921– por la Sociedad de Naciones, a través del Mandato Británico. Durante siete años, la región conoció una paz relativa que se truncó en 1928. A partir de entonces, la tensión árabe-judía fue en aumento, fomentada por la aparición de un nuevo líder árabe, Haj Amin el Huseini, muftí de Jerusalén (controvertido personaje por sus afinidades con Hitler y la Solución final del gobierno nazi, responsable del Holocausto –el asesinato, durante la Segunda Guerra Mundial, de más de 6 millones de judíos en las cámaras de gas–), que predicó entre sus compatriotas palestinos la guerra santa contra los no musulmanes.

Ya en 1947, la ONU nombró una comisión especial, cuyos delegados recomendaron un proyecto de división de Palestina para la formación de dos Estados (uno árabe y otro judío) que el mando judío aceptó, mientras los árabes lo rechazaron de plano. Sin embargo, el Consejo General de la ONU lo aprobó por considerarlo una solución justa.

Pero los árabes, no conformes con la resolución, declararon la guerra. Así, el 14 de mayo de 1948, fecha que coincidía con la partida del Alto Comisariado Británico y con la proclamación del Estado de Israel, la naciente nación judía entraba en guerra con el Líbano, Siria, Irak, Transjordania y Egipto.

Durante la guerra árabe-israelí de 1948, alrededor de 750.000 árabes residentes en Palestina, huyeron o fueron expulsados de sus hogares, de los aproximadamente 1.200.000 vivían en la región durante el Mandato Británico. Este desplazamiento es conocido por los palestinos como la Nakba (catástrofe o desastre).

La guerra finalizó a finales de 1949 con la victoria de Israel, que anexionó más territorios y logró la firma de un armisticio con los países árabes beligerantes, pero sin que se alcanzara un tratado de paz, por lo que –al menos técnicamente– continuaban en guerra con Israel.

De este modo, en 1967 tuvo lugar la Guerra de los Seis Días, en la que el ejército israelí se hizo con el control de la península del Sinaí, perteneciente a Egipto, y solo seis años después, en 1973, Egipto y Siria desencadenaron la guerra del Yom Kippur, que acabó con otra incontestable victoria de las FDI (Fuerzas de Defensa de Israel).

El 13 de septiembre de 1993 podía haber sido una fecha transcendental para la paz entre judíos y palestinos. Bajo la emocionada mirada del presidente estadounidense Bill Clinton, el presidente israelí Yitzhak Rabin y Yasser Arafat, líder de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) se estrechaban la mano, en busca de la paz. La ocasión fue la firma del primer tratado de los que se conocieron como los Acuerdos de Oslo, que establecían un marco provisional para la creación del Estado palestino.

Sin embargo, el terrorismo de Hamás continuó y el presidente Rabin fue asesinado por un israelí ultranacionalista el 4 de noviembre de 1995. De manera que, truncados los caminos hacia la paz, en 2006 se desataba la guerra entre Israel y la organización terrorista libanesa Hezbollah, que provocó que el Consejo de Seguridad de la ONU desplegara a sus cascos azules en la frontera entre Israel y el Líbano, bajo el mandato de la FPNUL –Fuerza Provisional de Naciones Unidas para el Líbano– en cuya misión siguen participando, desde sus inicios, tropas españolas.

Ahora, en medio de la más cruenta guerra que se libra en la región desde hace 50 años, es posible que los Estados Unidos, como ya ocurriera con los Acuerdos de Oslo, vuelvan a poder ser determinantes para dar otra oportunidad para la paz entre israelíes y palestinos. Tal vez, esta vez sí, sea posible si, tal y como apunta el politólogo israelí Aaron David Miller, «se cuenta con israelíes y palestinos valientes para batallar por los acuerdos y el imprescindible apoyo del mundo árabe en su conjunto». Porque solo con la ayuda de todos, será posible la paz.

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