El zumbido del enjambre

Olga Bernad

Olga Bernad

Cuentan los sabios que el zumbido del enjambre alienta la inteligencia. Cuando están en peligro, los animales piensan. A los humanos, sin embargo, no parece que el ruido les ayude a pensar bien, salvo a unos pocos elegidos, esos pescadores que siempre sacan ganancia del río revuelto. Son los prestidigitadores de la realidad moviendo la varita de las palabras según convenga, los que pueden construir un discurso u otro a medida de sus intereses personales. Nada importan sus propias palabras de hace… ¿tres meses?, ¿un año?, ¿seis años? Qué es el tiempo frente a la inmensidad. No quisiera hacer una deriva lírica para expresar que a mí me parece un poco descarado argumentar ahora a favor de la amnistía y todo lo que le sigue (o seguirá) cuando no se ha hecho nunca anteriormente, y disfrazar de hermandad, bondad y solidaridad lo que no es ni más ni menos que una necesidad de votos que no se tendrían de otra manera. ¿Lícito? Bueno. Tan lícito como que no te guste y lo expreses. Pero lo que me preocupa no es eso, sino las barbaridades que tal polémica me ha hecho leer. Qué mala se vuelve la gente cuando se polariza. Y qué rápido ocurre. Con más o menos desilusión política, porque hay que ser muy fanático para no llegar a los cincuenta con alguna bandera rota, siempre he sido optimista en cuanto a lo que se ha llamado pomposamente la «reconciliación nacional» (de facto, la gente se habla con casi todo el mundo a pesar de diferencias y de historias). Ya no lo soy tanto.

Mi abuelo, con la observancia de la tierra y el cielo que acumula un agricultor, dijo siempre que si oyes ruido de enjambre y no hay abejas cerca, mejor te pones a resguardo porque tienes muchas posibilidades de que te caiga un rayo. No sé si tanto ruido alentará alguna inteligencia, yo me conformaría con que este rayo no nos parta.

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