La hija de la chacha

María Jesús Ruiz

María Jesús Ruiz

Hace unos días leí lo que para mí fue una soez e irrespetuosa carta al director, ya que denigraba a las que denominaba «chachas», las empleadas del hogar, atribuyéndoles la holgazanería y hasta el hurto en su ejercicio profesional. Yo soy hija de una de ellas y no puedo sino que intentar utilizar esta columna para rebatir semejante dislate y hacer un poquito de justicia social. La guerra no solo trajo destrucción a nuestro país, también miseria y reforzó un clasismo que situó a muchas niñas aún adolescentes en la necesidad de trabajar, bien para ayudar al sostén familiar, bien para dejar de ser una carga económica en el mismo. Daba igual que tuvieras aptitudes para el estudio, era incuestionable, había que trabajar. Lo contrario era un privilegio inaccesible.

Por ello no era extraño que esas niñas que vivían en las zonas rurales bajaran a servir a la ciudad. Se iniciaban como niñeras con los pequeños de la casa. Esos que ahora gobiernan las grandes empresas, los grandes patrimonios con apellido, fueron criados por «chachas», mientras sus padres se codeaban con la alta sociedad, la de rancio abolengo y la nueva burguesía venida a más con el pelotazo de la reconstrucción del país. Poco a poco iban haciéndose con el resto de las tareas: cocinar, limpiar, planchar y fregar suelos de opulentas viviendas hincando las rodillas.

Una tarde de descanso, que dedicaban a ir paseo arriba y abajo para no gastar el miserable salario que cobraban y guardaban para dar la entrada de un pisito en el extrarradio de las ciudades, aquellos que construían «sus amos», cuando conocieran a un buen mozo trabajador con el que casarse. Porque sí, casarse era la liberación de ese trabajo esclavizante.

Por lo tanto, las cuidadoras de familias y hogares ajenos pasaban a hacer lo propio con el suyo. Eso sí, bajo la premisa de que sus hijas no pasarían por lo mismo, estudiarían y serían libres. No es casual por lo tanto que en estos momentos sea un trabajo que pocas españolas desempeñan, habiendo quedado relegado al actual perfil de mujer vulnerable: la inmigrante. Resulta casi inimaginable que estas historias de vida las viéramos ahora, ¿verdad? Pues hay algo que no debe de cuadrar en las mentes de los legisladores porque las empleadas del hogar siguen siendo algo especial, no tienen los mismos derechos que el resto de trabajadores y hasta principios de este mismo año ni siquiera lo tenían al desempleo.

Desde mi rincón quiero dar las gracias a todas esas mujeres que han contribuido silenciosamente a que nuestra sociedad sea un lugar mejor, siendo cuidadoras e impulsando esa sigilosa lucha por los derechos de las mujeres del futuro.

Muy especialmente a mi madre María Jesús, que bajó a servir y que la próxima semana cumplirá 76 años, siendo la mujer más honrada, luchadora, humilde y digna que he conocido y jamás conoceré. Te quiero, mamá.

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