Los brotes verdes de Azcón

Da la sensación de que el presidente de Aragón está empeñado en ir escalando posiciones dentro del PP

David Corellano

David Corellano

Jorge Azcón ha construido su carrera política con un gran don de la oportunidad y mirando poco a Madrid. Al menos hasta ahora. El actual presidente de Aragón fue concejal del Ayuntamiento de Zaragoza cuando ni siquiera había cumplido la treintena y abandonó temporalmente la política después de un par de legislaturas, cuando los vientos en su partido no eran precisamente favorables para él. Tras sus únicos cuatro años fuera de las instituciones, supo hacerse de nuevo un hueco en las listas electorales y siguió escalando hasta convertirse en candidato a la alcaldía de la ciudad, y aunque obtuvo el peor resultado en la historia del PP zaragozano, en votos y en porcentaje, las matemáticas electorales le permitieron alcanzar el bastón de mando de la ciudad pese a haber obtenido menos concejales que la ganadora de aquellas elecciones, la actual ministra de educación y portavoz del Gobierno, Pilar Alegría.

Hasta entonces fue uno más de esos políticos de provincias que no parecen albergar interés más allá de los límites de su ciudad o comunidad autónoma. De esos que sustituyen los grandes discursos con toneladas de abrazos repartidos a diestro y siniestro, y un gran carisma alejado de los debates ideológicos, de manera que lo mismo le podía votar un jubilado de Torrero que un profesor universitario. Da fe de ello las magnificas relaciones que el actual presidente de Aragón cultivó con buena parte de los líderes socialistas zaragozanos, con los que mantenía una camaradería que no siempre fue bien entendida entre muchos militantes de la izquierda de la ciudad.

Sin embargo, algo ha cambiado en los últimos meses, tras su llegada al sillón principal del Pignatelli. De un tiempo a esta parte nos sorprende con declaraciones más subidas de tono de lo habitual y, lo que es peor, un cambio en su forma de hacer política que le aleja peligrosamente de esa visión moderada que muchos teníamos de él, acercándole progresivamente a la línea más radicalizada del PP de Isabel Díaz Ayuso. Azcón está abandonando el azul popular por el verde de la ultraderecha, y aunque podría ser que ese cambio en el tono y el contenido de sus posturas y declaraciones fuera simplemente una forma de seguir al pie de la letra el argumentario del primer partido de la oposición, algunas de las medidas que se están abordando desde su gobierno inclinan a pensar que no estamos tan solo ante un cambio estético, sino también de fondo.

Lo hemos visto recientemente con el proyecto de presupuestos para 2024, en donde llama la atención, entre otras muchas cosas, el recorte de la ya de por sí magra partida destinada a la cooperación al desarrollo, que pasa de 6’2 millones a 1’2 millones de euros, apenas un 0’012% del total. Un recorte del 80% en un presupuesto que crece respecto al año anterior y que solo se explica en clave política y por la demostrada aversión de los socios de Azcón en la ultraderecha hacia la solidaridad con los países en desarrollo, algo que según estos debe ser solo competencia del Gobierno de España.

Igual de relevante es la decisión, tomada al alimón por PP y Vox, de derogar la Ley de Memoria Histórica en Aragón. Una medida presentada con toda la intencionalidad el mismo día del aniversario de la muerte de Francisco Franco, con el ánimo de terminar con una norma «propia de estados totalitarios porque conlleva una visión partidista de la historia», en palabras del portavoz de la ultraderecha. Un absoluto disparate que ha sido bendecido por Jorge Azcón, quien sin embargo no duda en defender y mantener a varios cargos de su gobierno que, precisamente, no tuvieron ningún problema en alabar las supuestas virtudes del estado totalitario que sufrió España durante cuatro décadas.

Con estas medidas, da la sensación de que Azcón está empeñado en ejercer de meritorio para ir escalando posiciones dentro del PP, a fin de convertirse en uno de esos barones autonómicos que llenan las quinielas de ministrables cuando su partido cree estar cerca de la Moncloa. Para lograrlo, parece que no va a tener ningún problema en romper con una trayectoria mucho más moderada que le sirvió para llegar hasta donde está, y que hace dudar acerca de su verdadero perfil político.

En tiempos en los que hace falta empezar a bajar el suflé de la crispación y el enfrentamiento es necesarios que existan políticos audaces que abandonen el seguidismo de los grandes partidos y apuesten por la moderación y la búsqueda de consensos. Azcón, definitivamente, parece que no va a ser uno de ellos.

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