El valor de la búsqueda

Creo no equivocarme si afirmo que aumentan las voces críticas con nuestro tiempo. Aun cuando no cabe duda de que, considerados ciertos aspectos, el balance es positivo, oigo cada vez más a menudo reprobaciones a buena parte de lo que constituye nuestra vida en común. ¡Qué decir de la política! Nada añadiré a lo que por todos los lados resuena y parece haber alcanzado la gloria de un lugar común: el desprestigio, el guirigay, la descortesía, el arribismo, el amiguismo… ésos y otros calificativos de similar naturaleza son los que en los últimos tiempos suelen acompañar al sustantivo política –aunque quizás fuera más exacto y sincero decir políticos–. Hablando de tiempos, casi seguro que conocen la antigua máxima china: «Ojalá te toque vivir tiempos interesantes». Más maldición que aforismo, la sabiduría china trataba de condensar y proyectar así la carga de preocupación e infelicidad que acarrea para los ciudadanos la incertidumbre e inseguridad de las épocas de cambios profundos. Se me ocurre que la traslación de tan cínico mensaje a nuestros días y cultura podría ser algo así como «ojalá te toque vivir tiempos interesados». No sólo en política, que por supuesto, también. Todo parece hoy sustentado o teñido de interés. En el interés propio, se entiende. Si se hablase del interés común sería otro gallo el que nos cantara. Por el exclusivo interés de un determinado político, de una determinada formación, de un determinado estamento, corporación o asociación se alcanzan acuerdos, pactos o transacciones concretas que poco o nada tienen que ver con una visión de conjunto, una visión global donde de manera holística se descubre que el todo no es la suma de las partes y que lo abstracto es tan preciso y precioso para la realidad como lo pueda ser la concreción máxima. Somos seres interesados, que no santos ni ángeles, de ahí que desde pequeños se nos instruya en la idea de que «la caridad empieza por uno mismo». Con todo y con eso, sabemos también que sólo cuando un cierto grado de desinterés guía nuestros actos es cuando nos acercamos decididamente a lo correcto. Soy de la opinión de que ese desinterés, entendido como la asunción de motivaciones de igual o superior valor a los propios, es un necesario corrector del egoísmo, y lo es tanto en la vida pública como en la profesional y privada. Hoy, que escribo esto cuando es San Andrés, me viene a la cabeza aquella otra frase tan popular y tan nuestra (que yo adapto) «por el interés te quiere Andrés». Y a todos nos dan ganas de huir y salir corriendo cuando descubrimos que alguien, en sus relaciones con nosotros y los otros, sólo persigue su propio beneficio. Y no es que no sea legítimo, es que resulta poco ético y aún añadiría que poco inteligente. Suele asignarse a la ética el papel y el lugar del buenismo, recortadas sus cualidades al margen de la bonhomía y la bondad en general. Quizás en esa búsqueda constante en que se convierten nuestras vidas no haya aprendido un número infinito de cosas, pero las sabidas lo son con gratificante claridad. Tal vez no de forma inmediata, pero a medio y largo plazo lo inteligente y lo correcto se tornan si no sinónimos, sí consonantes.

Suscríbete para seguir leyendo