Opinión | Sala de máquinas
Bécquer en Veruela
El Ciclo Aragón de Novela, que organiza la Fundación Ibercaja, ha incluido en esta nueva edición una conferencia de Jesús Rubio Jiménez sobre Gustavo Adolfo Bécquer. En su exposición, el profesor Rubio, uno de los mayores expertos mundiales en el autor de las Rimas, analizó la relación entre Bécquer y el Moncayo, entre el monasterio de Veruela y la inspiración del también autor de las Leyendas. Dos de las cuales fueron inspiradas por temáticas netamente aragonesas: El gnomo y La corza blanca.
Lejos de imaginar al poeta sevillano, tan vinculado a tierras aragonesas, como una especie de Lord Byron, aventurero, infatigable amante, y también amante de toda iconoclastia y revolución, Gustavo Adolfo pudo tener un carácter más reposado o contemplativo.
Imaginarlo en el monasterio de Veruela divisando la cumbre del Moncayo en alas de la inspiración sería seguramente más correcto que representárnoslo en lances de malqueridos amoríos o tabernas insalubres para la tuberculosis que padecía. Sería durante tales éxtasis o estros poético del vate enfermo cuando el mayor iluminado del romanticismo español oiría la dulce música de su prosa y escribiría sus leyendas, los poemas de El libro de los gorriones o las Cartas desde mi celda.
Bécquer sufriría la conmoción de un escenario mágico, el Moncayo, para el profesor Rubio el más emblemático espacio del romanticismo español. Gracias a la pluma del creador de las Rimas, las raíces folclóricas de los cuentos populares se transformarían en relatos inmortales a medio camino entre el terror, la superstición, la fantasía y la historia. Prodigioso resulta comprobar cómo en Bécquer cualquier tradición tomada como puntos de partida se transformaba en arte universal.
Gustavo Adolfo se ganaría las lentejas en el periodismo, como Larra o Galdós, pero no triunfaría en vida como el genio literario que realmente fue.
Fallecido con tan sólo treinta y cuatro años, su fama habría de esperar a que las ediciones póstumas de sus obras calaran entre amplios públicos, siendo asimiladas y encumbradas como la originalísima expresión de un tardío romanticismo español que, a mediados del XIX, se alimentó de Heine y de Poe, y que en los albores del siglo XX alimentaría a Juan Ramón Jiménez y a Rubén Darío.
Bécquer en Veruela, pura magia…
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