Algo pasa con los atropellos

Carolina González

Carolina González

Cinco atropellos, dos de ellos mortales, en Zaragoza en una sola semana. Un coche, un camión, un autobús, en pasos de peatones con y sin semáforos, fuera de ellos, por la tarde, por la noche, en Torrero, en San José. El año pasado, según un informe de la Policía Local, hubo 220 atropellos y 6 personas murieron. En 2021 también se registraron más de 200 pero un único fallecido.

El error humano, del conductor o del peatón, puede estar detrás de la mayoría de estos accidentes. Un despiste al volante, cruzar sin mirar debidamente, probablemente cada siniestro tenga una causa distinta. Sin embargo, el alarmante incremento de los atropellos en la capital aragonesa no puede quedar al albur de la buena o mala suerte porque resulta evidente que alguna razón más existe detrás de estas cifras.

Es innegable la evolución de la movilidad urbana en los últimos años. Vehículos eléctricos, bicicletas, patinetes, tranvías, hasta autobuses sin conductor. Con ellos, el teléfono móvil permanentemente en nuestra mano y una vida ajetreada con agendas cada vez más apretadas. Asociaciones de peatones y ciclistas han levantado la voz en reiteradas ocasiones para pedir a las instituciones planes de convivencia que reduzcan la siniestralidad: mejorar la visibilidad de determinados cruces, revisar los semáforos en ámbar que más que facilitar el tráfico suponen un peligro para los viandantes…

Ser peatón no es fácil ni siquiera por las aceras, con cada vez más veladores, patinetes circulando de forma indebida, mobiliario público y hasta algún robot de esos que transporta comida y da algún susto que otro al doblar una esquina. Ser ciclista tampoco lo es porque ni circular por el carril bici garantiza tranquilidad, algún giro o puerta de coche que se abre inesperadamente te hace estar alerta todo el tiempo. Ser conductor requiere ir con los cinco sentido activados porque ir al volante te coloca en una posición superior en la que cualquier fallo puede costar caro.

Falta rapidez y agilidad en el diseño de planes urbanos para facilitar la convivencia pacífica de todos los elementos que intervienen en la movilidad. Sin duda, se ha convertido en un problema de primer orden que hay que abordar. Tampoco sobrarían más campañas de educación vial que refuercen la responsabilidad compartida, porque la ciudad es de todos y de ninguno, especialmente porque un mismo ciudadano puede ir andando, en bici, en patinete o en coche según el día de la semana o época del año. Se trata de un problema colectivo y así deberíamos considerarlo teniendo en cuenta que no podemos vivir aislados unos de otros.

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