Sala de máquinas

El domador loco

Juan Bolea

Juan Bolea

El ministro italiano Antonio Tajani, de Forza Italia, ha dicho recientemente que en España gobiernan los secesionistas, lo cual tiene su miga y, para desprestigio patrio, también su peso.

Sobre todo porque ya no es un comentario de puertas para adentro, una bronca interna de esta Celtiberia de tertulias y terrazas, sino una voz extranjera con eco en otros conciertos y naciones poco amigas de alentar conspiraciones de iluminados y supremacistas dispuestos a montarse sus taifas dentro de la Unión Europea.

Como réplica a las descalificaciones de Pedro Sánchez contra el gobierno italiano ultra, del que Tajani forma parte bajo la primera ministra Giorgia Meloni, su afirmación de que nuestro país está siendo gobernado desde fuera por un puñado de independentistas ha hecho pensar a más de uno: ¿Y si es verdad? ¿Y si realmente todas las decisiones importantes que a partir de ahora precisen del voto afirmativo de Esquerra Republicana y Junts en el Congreso de los Diputados tienen que pasar por el visto bueno del fugado y próximamente amnistiado Carles Puigdemont? ¿Y si son los suyos y los de Junqueras quienes realmente mandan en España? ¿Qué harán, en ese caso, con el futuro de nuestra nación?

Para Tajani y muchos europeos, el amigo Puigdemont ha pasado de ser el payaso del circo al domador de leones cuyo látigo restalla en la jaula y hace temblar los barrotes de la libertad. Ya no engaña a nadie. Su primer número fue el de aquel pobre clown que se escondía en un maletero para reaparecer cada vez más enloquecido en un palacio belga como estrella del circo, gran domador de fieras, bien servido, bien comido y rodeado de malabaristas, trapecistas y otros payasos y artistas circenses que se dedican ahora a entretenerle, como el forzudo Santos Cerdán con su número de hombre-cañón.

Fusta y látigo en la mano, el loco Puigdemont se dispone a hacer su último y gran truco. Dentro de la jaula fingirá enfrentarse a leones y tigres, pero en cuanto pueda les abrirá la jaula para que salten a los bancos del público, causando desbandada y terror, y sin que el director de pista, un Sánchez más que sobrepasado, acierte a ordenar el caos que se adueñará de la función, mientras el domador y los payasos se hartan de reír.

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