Sala de máquinas

El relato

Juan Bolea

Juan Bolea

En la política española es prácticamente imposible encontrar un solo ejemplo de un presidente del gobierno que haya tomado una decisión importante en contra de la opinión pública de nuestro país.

No otra cosa, sin embargo, acaba de hacer Pedro Sánchez con la amnistía, imponiéndola a ese ochenta por ciento de españoles que no la quiere, que sale a la calle a protestarla, que un día y otro opina en contra con tanta argumentación —cuando no virulencia—, que al PSOE se le hará difícil esta vez darle la vuelta a la tortilla. Para colmo, la presión y provocación de los secesionistas catalanes está despertando cada vez más resistencia y oposición, seria inquina.

Los socialistas, siempre constantes, lo están intentando, por supuesto, y como un solo hombre forman sus delegados en los medios, la muchachada trabajando a destajo y ganándose a base de bien los sueldos. Doctrinarios, adoctrinadores y «politólogos» afines a Ferraz, con TVE, Radio Nacional, la SER y El País a la cabeza parten con ventaja sobre la derecha debido a la mayor torpeza de sus adalides. El PP ha tenido y tiene menos mano con la prensa, menos peso en la opinión, menos habilidad con «el relato», según llaman ahora a la manipulación los entendidos. La derecha sigue arrastrando un déficit divulgativo, no tanto como en los tiempos de Fraga, cuando bastaban un par de titulares para tumbar sus expectativas electorales, pero es superada en argucias por una izquierda capaz de ilusionismos varios: mantener a Maduro, amnistiar a Puigdemont, justificar a los Castro, elevar a gurú a Zapatero o al Sánchez de los indultos a candidato al Nobel de la Paz…

Pese a que, a lo largo y ancho de la Transición, el PSOE ha venido ganando la batalla de la opinión, esta vez no parece tan clara su victoria. Altas voces discordantes desde dentro, Felipe González, Alfonso Guerra, Leguina, Paje, Lambán y otros próceres han hecho mella en el operativo pro-amnistía de Moncloa. Hoy por hoy, Sánchez está perdiendo la guerra del perdón. Como el coronel de García Márquez, al margen de Puigdemont no tiene a quién le escriba este relato.

Y sin cuento, nada cuenta.

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