El malestar de las ciudades

Poco a poco, las urbes se vacían y envejecen y lo extraño es que no lo notamos

Cándido Marquesán

Cándido Marquesán

Acabo de leer el libro de Jorge Dioni López, El malestar de las ciudades. Privatización, turismo, vivienda, especulación, tráfico… Por qué es cada vez más difícil vivir en las ciudades (2023). Ya pude leer otro libro suyo de 2021 La España de las piscinas. Cómo el urbanismo neoliberal ha conquistado España y trasformado su mapa político, este hace referencia a la aparición de chalets y/o urbanizaciones cerradas como principal modelo con el que se han expandido las ciudades desde el boom inmobiliario. Sus habitantes se sienten ricos por bañarse en la piscina o llevar a sus hijos a un colegio concertado y, cuando llega el fin de semana, agarran el coche y van al centro comercial tras haber visto una película franquicia. Estos no votan a las izquierdas, sobre todo lo hacían al color naranja. Resume el sentido del libro Enric Juliana: La España del pelotazo creó un sueño: vivir fuera de la colmena.

Hoy me referiré al primero, a El malestar de las ciudades. En la contraportada explica el mensaje. ¿Por qué se va la gente de las ciudades? Porque la echan. Una multitud de factores, desde el precio de la vivienda hasta los efectos del turismo, empujan a las personas a abandonar los espacios urbanos concentrados. Poco a poco, las ciudades se vacían y envejecen. Lo extraño es que no lo notamos, porque el flujo constante de personas nos hace sentir que todo está lleno, en especial los centros históricos, reconvertidos en parques temáticos. El rentismo ha sustituido a la producción. La ciudad está en venta, se han convertido en una mercancía, neoliberalismo de libro, a la que hay que sacar la máxima rentabilidad, de la que se benefician unos pocos en perjuicio de los residentes, que son expulsados.

Los ciudadanos se alejan de las administraciones públicas porque estas pasan de ellos. El ejemplo más claro es el de la vivienda. Cada vez más proliferan bloques enteros en manos de fondos de inversión para uso turístico, con el lógico encarecimiento, tanto en propiedad como en alquiler, expulsando de sus barrios a muchos de sus antiguos residentes, con el consiguiente fenómeno de la gentrificación. Cabe recordar el paquete de casi 2.000 viviendas de protección oficial que el fondo Blanckstone compró al Ayuntamiento de Madrid. Ante los temores de que algunos de los inquilinos de estas viviendas fueran desahuciados –extremo que luego se confirmó– Ana Botella, la entonces alcaldesa de Madrid, aseguró que «sólo cambiaba el casero», de modo que los inquilinos mantenían «sus derechos y obligaciones». En la actualidad Blackstone es el mayor casero de España, junto con Caixabank, aunque se encuentra en un proceso de reestructuración. Los fondos son una parte. El mercado inmobiliario español se completa con las grandes fortunas internacionales, especialmente latinoamericanas, exsoviéticas, atraídas por las visas doradas, la concesión de nacionalidad a cambio de una inversión inmobiliaria. En la Semana Santa de 2022, Colombia estaba en el podio de turistas junto con Francia y el Reino Unido. La explicación era la más que probable victoria del izquierdista Gustavo Petro en las elecciones. Fuga de capitales. El destino es, sobre todo, la inversión inmobiliaria. Después, las pequeñas fortunas nacionales., la antigua clase empresarial, refugiada en el rentismo ante la nueva oleada globalizadora. Aunque se cierre la empresa, siempre queda el suelo. También, los pequeños propietarios, cuyo número se ha multiplicado gracias a las plataformas turísticas. Según un reportaje de Héctor García Barnés, el porcentaje de hogares con dos o más propiedades era de un 29% en 2002. En 2017 ya del 41%. El tópico del jubilado que complementa sus ingresos con la renta del alquiler es una figura minoritaria. El sector inmobiliario es la gran reserva de activos que se come la inversión que podría ir al sector productivo y, cada vez más, la propiedad es una frontera social.

El turismo de masas es una conquista social evidente y una fuente de riqueza. Es una virtuosa consecuencia de la democratización de los placeres, es decir, de la redistribución de los derechos sociales, pero también una amenaza en las grandes ciudades y en las zonas turísticas. La industria turística no tiene fábricas que echen humo. Es invisible porque lo ocupa todo. Según Marco d´Eramo, sus materias primas son cosas que no lo eran, como el espacio urbano o natural, las tradiciones, el patrimonio o las calles, que se las apropia. El antropólogo José Mansilla lo explica: el turismo vende lo que no es suyo. Hay un aprovechamiento privado de un trabajo colectivo extendido en el tiempo. «Los visitantes de una ciudad acuden por una atmósfera que es construida por todos y todas en cada momento. Barcelona vende lo urbano, esto es, su gente, el paisaje de sus calles, el ambiente que se crea en su ocio nocturno, la animación de las playas y de los parques. La clave de esta apropiación es que destruye su materia prima». Un ejemplo claro son las Ramblas, un lugar cuyo atractivo era el apego sentimental de los barceloneses que, hoy, casi ha desaparecido. Para ellos tomarse una caña en una terraza de las Ramblas es una heroicidad, al estar ocupadas por turistas, y de conseguirlo a precios prohibitivos y servidas por un sudamericano. Para darnos cuenta de esta saturación turística de la Ciudad Condal, con 1,6 millones de censados, recibe anualmente 12 millones de turistas.

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