De trasvases y barcos

Carolina González

Carolina González

Faltar agua y sentirse ahogado. Parece un oxímoron y en el fondo lo es. La sequía extrema en Cataluña, sobre todo en Barcelona y su área metropolitana, ha vuelto a despertar el fantasma del trasvase del Ebro que tantos quebraderos de cabeza ha dado a gobiernos autonómicos y partidos políticos. Las diferencias en el seno de las propias formaciones según el territorio que representan, salvo Vox que defiende en todo el país un Plan Hidrológico Nacional, e incluso las posturas opuestas que se dan entre la capital catalana y el Delta reflejan la complejidad del debate del que nadie suele salir indemne. Demasiadas sensibilidades entre usuarios, agricultores, empresarios turísticos o industrias hasta dentro de la misma casa.

Los agricultores de las tierras catalanas del Ebro se quejan de quedar en un segundo plano cuando la falta de agua afecta a la gran metrópoli. Lamentan que siempre acabe mermando el agua que riega sus cultivos en beneficio del turismo y el abastecimiento de una urbanización salvaje y desmesurada de la capital barcelonesa. Tanto allí como aquí en Aragón se repite una frase recurrentemente: no sobra agua. Es verdad. El meollo de la cuestión es cómo quiere repartirse la que hay y eso es una decisión política.

Hoy se reúne la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, con la Generalitat para tratar las posibles soluciones a la situación de emergencia por sequía que vive Cataluña. Desde el pasado viernes afrontan restricciones en el consumo. El Gobierno central parece que planteará al Govern llevar barcos con agua desalinizada desde Sagunto (Valencia). En principio, nada de trasvases ni obras de urgencia. El presidente valenciano, Carlos Mazón, del PP, está de acuerdo con la medida por solidaridad hídrica.

Casi seis millones de habitantes (casi el 80% de la población catalana) tienen limitaciones de consumo doméstico, como no sobrepasar los 200 litros al día por persona. También la agricultura sufre restricciones del 80% y la industria del 25%. Algunos empiezan a darse cuenta de las consecuencias del cambio climático cuando abren el grifo y no sale agua. Los cambios bruscos en el tiempo son cada vez más bruscos y los episodios extremos, más habituales. Seguramente no será la última vez que no llueva lo suficiente cuando toca ni haga calor en lugar de frío en pleno invierno. Deberíamos empezar a darle a los problemas el tratamiento sosegado que merecen, sin demagogias ni partidismos. Nadie se librará de padecer la sequía. Parece que los tiempos de grandes infraestructuras, en este y otros sectores dependientes del clima, son historia. O deberían serlo desde el punto de vista de la utilidad y la eficiencia.

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