Sala de máquinas

Jesús Carrasco

Juan Bolea

Juan Bolea

Uno de mis cónclaves literarios favoritos es el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral. Se celebra en Barcelona cada año, siempre el primer lunes de febrero, y está lleno de ritos, que se repiten con ligeras variantes.

El principal es la presencia de los mejores autores en lengua castellana, reunidos en torno a este Premio en saludo al esfuerzo editorial por mantener viva la llama de la literatura de autor. La editora Elena Ramírez ha heredado esa causa y la mantiene viva, a base de lograr que ni el más mínimo atisbo de producto global o comercial se cuele entre sus colecciones. Esa férrea determinación ha puesto a salvo un sello y un Premio que en otras manos se habría convertido en un catálogo editado por las redes sociales.

Este año, el galardón ha sido para Jesús Carrasco. Un autor extremeño, residente en Sevilla, que parece haber heredado esa corriente de realismo ambientado en la España rural que tanto éxito ha tenido siempre entre nuestros lectores. A condición, claro está, de que se practique con talento, como ya hicieron, entre otros, Gabriel Miró o Ramón J. Sender, Delibes, García Pavón, Torrente Ballester, Camilo José Cela o, en tiempos más recientes, Julio Llamazares

La novela de Carrasco, Elogio de las manos, se inspira en sus recuerdos familiares. Esas manos del título bien pudieron ser las de su padre, carpintero de oficio, cuya figura recuerda el escritor con una mezcla de ternura y admiración, por cuanto fue capaz de sacar adelante una tarea y una familia en los tiempos duros de una España en blanco y negro que, bajo la sombra del franquismo, oscurecía su tiempo, lo amargaba, carente de otra libertad que aquella que en el seno de una familia pudiera ejercerse de puertas para adentro.

La casa, así contemplada, como reducto a salvo de la opresión, tiene presencia y peso en la novela de Carrasco. Un autor sensible a las fuerzas de la naturaleza, al color de los trigos, al limpio viento de los campos, a la manera de hablar cuando no se está en una ciudad, sino en ese territorio que unos llaman la España agraria, y otros, simplemente, inspiración, musa literaria.

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