Opinión | SEDIMENTOS

Héroes anónimos

Tal vez un vecino, quizá alguien con quien se comparten unos minutos en la parada del autobús, o con quien nos cruzamos cotidianamente... acaso un perfecto desconocido. Algún día, el destino podría entrelazar nuestros caminos durante ese instante trágico cuando la supervivencia pende de un delgado hilo. Y entonces surge él; ángel protector para salvarnos la vida. A veces, a costa de la suya.

En el devastador incendio de Valencia, conocemos el nombre de uno de esos héroes anónimos: Julián, el bravo conserje del edificio en llamas, cuyo valor y generosa entrega consiguió que el siempre funesto número de víctimas no fuera mucho mayor. Allí mismo, un grupo de abnegados bomberos intentó por todos los medios rescatar a una familia encerrada en su vivienda; no lo lograron, ni siquiera a costa de que uno de ellos terminara hospitalizado en grave estado. En este caso, se trata de profesionales cuya vocación les conduce a poner en riesgo su vida por salvar la ajena; también ellos la pierden de vez en cuando, por más que demuestren estar acostumbrados a vivir en el filo de la navaja. Solo somos conscientes de su presencia en aciagos siniestros cuando vemos cara a cara sus rostros tiznados, pero están siempre ahí, minuto tras minuto, segundo tras segundo; siempre dispuestos a prestar el providencial socorro. La próxima vez que escuche el inquietante ulular de una sirena, pensaré en ellos, así como el montañero accidentado se serena al escuchar en el cielo el zumbido de las aspas del helicóptero de los GREIM. Inundados a diario por noticias infaustas y turbadoras amenazas, es inevitable un deprimente pesimismo. Pero olvidamos con demasiada facilidad que basta un breve paseo por la calle para encontrar una multitud de héroes anónimos. Quizá, algunos ni siquiera saben que lo son, pero lo demostrarán en cuanto la ocasión lo exija.

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