Opinión | SEDIMENTOS

Los deslices del progreso

Crear un mundo mejor es una misión que requiere del esfuerzo común, cada uno en la medida de sus posibilidades en aquel campo o disciplina donde, realmente, su labor se puede hacer notar. Ahora bien, existe un amplio rango de áreas de intervención inmediata, pues se diría que nuestra querida Tierra no goza de excesiva salud. Afirmación paradójicamente proclamada por el género humano responsable del desaguisado, en la ignorancia de que al citado planeta le bastará un estornudo, eso sí, sonoro, para sacudirse de encima a tan fatal huésped. Y seguir después como si tal cosa.

Reciclamos con entusiasmo, tal y como sabiamente se nos ha aconsejado. Incluso, hasta cierto punto, ahorramos agua y desconectamos algún que otro electrodoméstico, de acuerdo con unas directrices que, de tanto en tanto, parecen algo despistadillas o, lo que es peor, pudieran responder a una descarada manipulación en pro de oscuros intereses. Así que, por falta de credibilidad, quien más, quien menos, tiende a hacer oídos sordos y desligarse de ese comportamiento solidario tan necesario para llegar a buen fin. Y seguimos generando toneladas de basura en virtud de un consumismo desaforado, mientras unos alaban las virtudes del coche eléctrico y otros advierten del compromiso ecológico que suponen sus baterías, al tiempo que también informan de la imposibilidad de fabricarlas en número suficiente.

El transcurso de una cultura basada en la oralidad a otra apoyada en la escritura supuso hace milenios un cambio enorme para la humanidad, al precio de una notable pérdida de capacidad mnemotécnica, pues lo que no se usa tiende ineludiblemente a la atrofia. Cuestión que también parece amenazar en la actualidad a los escolares que abusan de las TIC, pues la dependencia de las facilidades digitales tiene su inevitable secuela: menoscabo de capacidad intelectual.

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