Opinión | CON SENTIDO/SIN SENTIDO

La utilidad de lo inútil

Una amiga dedicada a la mercadotecnia me espetó hace años que «tenía la cabeza llena de cosas inútiles»; «te lo digo como un piropo», afirmó, y yo así me lo tomé. Cada vez más, refrendo mi apuesta por lo inútil, al menos respecto al baremo utilitarista que ha impuesto la sociedad capitalista. Al parecer, según refiere Nuccio Ordine en un libro que lleva el título de esta columna, es este un tema que tiene una larga tradición en la filosofía y la literatura. Sin embargo, el siglo XXI no ha hecho sino refrendar el imperio del utilitarismo: se recurre a las ideologías cuando son útiles, a la estética útil en cada momento y, por supuesto, el utilitarismo es la clave para entender el mundo económico, empresarial y financiero del momento; incluso las religiones se mantienen si son útiles, lo que explica la expansión de la metodología terapéutica del budismo, o de las creencias Kleenex (de usar y tirar según las necesidades). La disyuntiva entre el ser o tener, que venía desde Aristóteles hasta Erich Fromm, se ha resuelto en la síntesis hegeliana de ser práctico. Y yo defiendo la practicidad de ser un inútil; aunque para serlo hay que tener el sustento resuelto, lo que implica casi siempre una inversión en la praxis laboral; o sea, ser útil. Esa condición implica muchas veces hacer cosas que no nos satisfacen o a las que no encontramos sentido. Reservamos, por tanto, nuestro tiempo de ocio para aquello que nos place, casi siempre algo catalogado como inútil. Cuando la inteligencia artificial nos libere de hacer esas tareas útiles para convertirnos en auténticos inútiles, empezaré a creer en ella. Sin duda, la tecnología ya permitiría un nuevo humanismo de los inútiles, pero me temo que el sistema se va a seguir empeñando en utilizarnos. Así pues, la próxima subversión no vendrá de una clase social oprimida, sino de los convencidos de la inutilidad como horizonte de futuro.

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