Opinión | el triángulo

Elogio a la ignorancia

Hemos premiado electoralmente a aquellos que nos parecen iguales, cercanos, campechanos

A Isabel Díaz Ayuso le sorprendió con veintidós años que en Ecuador se hablará español, cuando en París que está mucho más cerca se hablaba un idioma extranjero, y lo dice con más entusiasmo que cuando Mariano Barbacid consiguió aislar el oncogén humano H-ras.

El diputado Figaredo, portavoz económico de Vox, en el Congreso de los diputados denuncia el infierno fiscal que viven en España los trabajadores, incluso aquellos que cobran el Salario Mínimo Interprofesional que deben pagar más de la mitad de su ingreso, el 54% en impuestos, un monto que cifró en más de 8.000 euros anuales. Me imagino removiéndose en sus escaños a Cristóbal Montoro, Toni Roldán o a Pedro Solbes. Casi he estado a punto de estar de acuerdo con las declaraciones del líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, que considera a nuestra actual clase política como la peor de los últimos 45 años. Este dardo no iba sólo contra Pedro Sánchez y sus apoyos independentistas, también iba dirigido al alboroto de la extrema derecha y a su compañera que gestiona la Comunidad de Madrid. No está tan preocupado por el contenido como por las formas, el líder autonómico que fue le pide no armar mucho alboroto, no es su estilo, aunque a veces lo provoque. Sabe que su fortaleza es la estabilidad que promete, la moderación que reclama en la línea de su antecesor Mariano Rajoy cuando hablaba de «la inmensa mayoría de españoles que no se manifiesta». Ese es su camino para la victoria, cuando llegue, con paciencia estratégica como le recomendaba Oskar Matute desde la tribuna, bien sabe como a ellos les ha funcionado.

La calidad de la política es un debate que aparece reiteradamente, en el final de los gobiernos socialistas en la mitad de la década de los noventa y el tono bronco del señor Aznar, después de la crisis económica del 2008, la enmienda a la totalidad del bipartidismo y los movimientos de la indignación, el desencanto posterior y el desprecio a los valores de tolerancia y multiculturalidad de la Constitución por el nuevo autoritarismo populista. No es que tengamos a los peores políticos posibles, es una generalización tremendamente injusta, sino que, en algunos, sus comportamientos se ajustan exactamente a lo que la ciudadanía les hemos transmitido. Hemos premiado electoralmente a aquellos que nos parecen iguales, cercanos, campechanos, que hacen gala de su falta de experiencia en la política porque se ha demonizado como una ocupación reprobable. No es un valor contar con el conocimiento, el recorrido en las instituciones o en las organizaciones políticas como lo fue en la década de los ochenta. Hay que tener cuidado con lo que se desea porque a veces se cumple.

Suscríbete para seguir leyendo