Opinión | VIRANDO A BABOR

Los indiferentes

Decía Antonio Gramsci que odiaba a los indiferentes. Citaba al poeta Hebbel para afirmar que «vivir significa tomar partido». «Quien realmente vive no puede no ser ciudadano, no tomar partido. La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes». Pues sí, hay mucho indiferente disfrazado de pasota, de escéptico, de esos que dicen que para qué, si todos son iguales. A la hora de la verdad no son nada indiferentes cuando se trata de defender lo exclusivamente suyo, especialistas en nadar y guardar la ropa, defensores de grandes principios, se llenan la boca con los valores que nunca se concretan mientras que en lo cotidiano machacan al más próximo o miran para otro lado no sea que les salpique un poquito. La indiferencia suele ir asociada con la mediocridad porque el indiferente simula no tener convicciones y así se ahorra argumentos y entrar en el debate. Aparenta pasar de todo porque todo, los demás son siempre lo peor y nada ni nadie merece la pena. Se puede hacer toda una tipología, a la manera de Weber, de los indiferentes. Creo que el tipo más abundante sería el que por comodidad, egoísmo o narcisismo nunca se compromete en nada, no hay idea o causa que merezca ser defendida. Salvo sus propios intereses, claro. En eso son especialistas. Apáticos ante los conflictos cuando no les afectan directamente, hacen llamadas al consenso permanente, como si en la vida social no hubiera conflictos y la democracia no fuera la mejor manera inventada para resolverlos. La indiferencia de la comunidad internacional, de la Asamblea de Naciones Unidas, que no impone a Netanyahu un alto el fuego es antológica. El organismo que nació para solucionar conflictos no es sino un escenario en el que los que tienen derecho a veto muestran una y otra vez su indiferencia ante un nuevo genocidio y su miseria moral. No hay razones geopolíticas que justifiquen la permisividad frente al goteo constante de asesinatos.

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