Opinión | EL ARTÍCULO DEL DÍA

Observemos la política en Uruguay

La situación política, plena de concordia y placidez, del país suramericano es un espejo en el que mirarse

La situación política, en la que estamos inmersos en España, todo ciudadano concienciado la conoce y la padece. Crispación brutal, que trasciende a gran parte de la sociedad. No voy a entrar en quiénes son los culpables. Cada cual es libre de pensar lo que le parezca oportuno. Unas preguntas. En los momentos de mayor crispación: ¿Qué partido ha estado en la oposición? ¿Qué partido no ha reconocido la legitimidad de un gobierno surgido de las urnas?

Hecho este breve preámbulo, quiero fijarme en la situación política, plena de concordia y placidez, de la República de Uruguay. También es cierto que es un país muy diferente a España, con 3,5 millones de habitantes y 179.000 km2 de extensión. De su situación política podríamos aprender tanto nuestros políticos, como nuestra sociedad.

Convocados por la Asociación de Dirigentes de Marketing del Uruguay, los expresidentes pertenecientes a tres partidos políticos distintos –Sanguinetti del Partido Colorado (centroderecha), Lacalle del Partido Nacional (centroderecha) y Mujica del Frente Amplio (izquierda)– participaron el pasado 18 de marzo en un almuerzo de trabajo Una visión de Uruguay, 40 años de democracia. El futuro del país. Coincidieron en que el paso del tiempo los acercó y los llevó a hacer a un lado sus diferencias. «Nosotros estamos acá no porque no tengamos diferencias, las tenemos y son irrenunciables. Estamos porque esta imagen le conviene y prestigia a este país y somos conscientes de eso», aseguró Mujica y dijo que forman «una especie de sindicato raro que no existe en ningún país del mundo».

Lacalle Herrera, padre del actual mandatario, Luis Lacalle Pou, reflexionó que si bien cuando uno «está en la cancha» de la «lucha política» se puede ser confrontativo o «duro», como confesó haberlo sido en su momento, «cuando llega el momento del remanso» se trata de «colaborar buscando los puntos en común para tratar de destilar un poquito de sabiduría» a los que siguen «en la cancha y apasionados». «La vejez nos achaca reumatismos y problemas en la salud, pero también nos suma alguna responsabilidad, ser una especie de humilde consejo de ancianos, que el mundo después hará lo que se le antoje, pero nuestro papel de ancianos es contribuir a que los que están en la cancha puedan hacer las cosas más fríamente».

«Los protagonistas de la próxima campaña electoral tienen que contar hasta 10 antes de contestar algo que se les atribuye o una crítica», opinó Lacalle, a lo que Mujica llamó a «mantener la altura» y Sanguinetti pidió no dejarse «arrastrar» por «las marginalidades» y «debates laterales». De Lacalle destacó: «Los que somos del oficio sabemos que después del último fin de semana de noviembre va a haber un gobierno que espero que me guste a mí... pero, me guste o no, es el gobierno, y entonces reservémonos por él un poquito de cariño y respeto». ¿Sería posible hoy en España una mesa-debate de Aznar, Zapatero y Rajoy?

La calma política en Uruguay la explica Mújica por tres razones. «No nos inventamos problemas innecesarios» (en esta España nuestra somos grandes inventores). «Patentamos e instauramos hace 100 años la socialdemocracia con políticas sociales que implantaron el Estado de bienestar, que salvo la dictadura de 1973 a 1985, ningún gobierno, ni de derechas ni de izquierdas ha tenido la osadía de quitar esas políticas sociales». Cuando impera un Estado de bienestar potente hay más igualdad, lo que supone menos tensión social y una mejor democracia.

Y la tercera, sigue diciéndonos: «Además se instaló la idea hace más de cien años acá de la separación de la Iglesia del Estado. Hoy menos del 1% de la población es practicante. Las religiones han generado un fanatismo y una intolerancia en el fondo que se extiende al mundo político». Un ejemplo explícito es el caso de España. Las derechas siguen los mandatos de la Conferencia Episcopal. Podemos observar desde la implantación de la democracia cómo las derechas se opusieron sucesivamente al divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual y por último a la eutanasia, siguiendo el mensaje de la iglesia católica. Valga como ejemplo. En 1980. España, recién salida de la dictadura, era el único país de la Europa occidental sin divorcio legal. Fraga y los suyos, con los democristianos de Óscar Alzaga, muchos de los cuales, como Jaime Mayor, acabarían en el PP, en junio de 1981 votaron en contra de la Ley del Divorcio. Fraga incluso se había opuesto en 1978 a que figurara ese derecho en la Constitución. Luego, los políticos de esas derechas, en un ejercicio de hipocresía y cinismo, se divorcian, abortan, se casan con personas del mismo sexo o hacen uso de la eutanasia. Esta es la derecha que tenemos.

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