Opinión | CON SENTIDO / SIN SENTIDO

El pueblo elegido

La desactivación, vía elecciones del 12J, del procés del pueblo elegido hacia la República de Promisión ha desviado momentáneamente el foco de las hazañas del pueblo elegido por antonomasia. El Antiguo Testamento nos enseña que todo vale a los israelitas para cumplir la voluntad de Elohim, señor de los Ejércitos. Aquellos que se interpongan ante la providencia divina serán exterminados, sean filisteos, cananeos o palestinos. Hasta ahora los judíos habían tenido el crédito reputacional de ser chivos expiatorios de los poderosos, mucho más tras la Shoah del III Reich. A partir de aquí, la influyente diáspora hebrea se conjuró para promover, con la complicidad de los vencedores de la II Guerra Mundial, el asentamiento en Palestina. El sueño sionista, gestado a final del XIX, se empezaba a hacer realidad, pero a costa de los autóctonos palestinos. Con el impulso del lobi judío, que ha convertido al Tío Sam en su primo de Zumosol, y la connivencia de Alemania o Francia, que exorcizan así su ominoso comportamiento histórico, Israel ha obrado con total impunidad desde 1948. También se ha impuesto su retórica, proclamándose enclave defensor de los valores occidentales frente a la «barbarie musulmana», apropiándose del adjetivo lingüístico semita. Ser antisemita, en verdad, es odiar a todos los pueblos vinculados a ese tronco lingüístico, los árabes principalmente. Por ello, el Israel de Netanyahu es, además de genocida, antisemita. Profeso gran admiración por la cultura judía, particularmente la medieval de Sefarad, que ha dado frutos tan granados como Maimónides, el darocense Josef Albo, los cabalistas o la escuela de iluminadores de Soria… Este tributo no es incompatible con el rechazo al sionismo que conduce a la aniquilación del pueblo palestino, de la misma manera que reprobar a Hitler no implica hacerlo extensible a Nietzsche, Friedrich o Wagner. Que no nos líen.

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