Opinión | EL ARTÍCULO DEL DÍA

El malestar de la democracia liberal

Acabo de leer el libro titulado Verdades penúltimas y subtitulado Si la democracia liberal es el mejor momento de la Historia, ¿por qué la gente está tan enfadada? Un debate ilustrado. Los autores son el filósofo y ensayista Javier Gomá y el periodista y escritor Pedro Vallín. A ambos he recurrido en algunos de mis artículos. De Gomá leí el libro Ejemplaridad pública, cuya tesis fundamental es: «los políticos dan el tono a la sociedad, crean pautas de comportamiento y suscitan hábitos colectivos. Por ello, pesa sobre ellos un plus de responsabilidad y de ejemplaridad». De Vallín leí el libro C3PO en la corte del rey Felipe, que analiza la situación política en la última década en España.

Mas, retorno al libro Verdades penúltimas. En forma dialogada expresan que su pretensión es reflexionar sobre las causas, profundidad y secuelas del malestar de la democracia.

Defienden la tesis de que vivimos en el mejor momento de la historia universal, lo que no significa que no haya imperfecciones. Nada más hay que mirar los avances materiales en nuestro nivel de vida, e incluso a nivel moral, con una defensa de la dignidad humana, comparados con otras épocas anteriores. La gran aportación de Occidente a la historia de las ideas políticas es la democracia liberal (DL). Un sintagma compuesto de democracia y liberalismo, dos hallazgos fundamentales, de gran valor por separado, pero mucho mayor juntos. Democracia supone la validez del principio «un hombre, un voto», mejor «hombre y mujer». El poder no se confía a los más listos, a los más preparados, ni siquiera a los más virtuosos. No: cada hombre y cada mujer poseen una dignidad imprescriptible y esta dignidad es el único fundamento que cuenta para crear una voluntad general, que debe respetar los derechos de las minorías. La DL es la excepción en la historia de las sociedades humanas. Es muy nueva. Nos comportamos como si hubiera existido siempre. Llegó cuando las mujeres pudieron votar. En Francia fue ya en 1946. En España en 1933. Es una planta joven, débil, cuesta mucho conquistarla y nos la pueden quitar en 48 horas.

La DL es un ideal, es un diseño político para el camino, para el mientras tanto, donde quiera que vaya y sin prejuzgar el rumbo, no es un proyecto para un eventual destino que no sea el constante acrecentamiento del bienestar moral y material de los humanos. Dignifica el presente, no idealiza el futuro. Es un manual para todos los «ahora» posibles, no una hoja de ruta para alcanzar un «después». De ahí su ausencia de verdades, más allá de los dos principios de la mayoría y su vulnerabilidad. Su imperfección es perfecta en la medida que su perfección sería imperfecta. De ahí la importancia de la cualidad reformable de las constituciones. Nunca es un proyecto acabado, ni siquiera sobre el núcleo de derechos inalienables, que no pueden reducirse pero que pueden ampliarse, definiendo nuevas dignidades, como ocurre con los derechos sexuales, climáticos o incluso de los animales. Es el único modelo de sociedad conocido hasta ahora para hacerse cargo de los conflictos a través de la deliberación, entre los diferentes miembros de la sociedad, que no desaparecerán pero que en su gestión se realizan progresos. Y al no avanzar hacia una estación terminal puede llegarse más lejos que cualquier utopía. Esta concepción de la DL debería ser motivo de celebración no de congoja.

Este malestar hacia la DL de hoy puede explicarse recurriendo a nuestro pasado reciente. La creación de dos bloques durante la Guerra Fría, democracia y comunismo, servía para atribuir su malestar al otro. Pero cuando cayó el Muro de Berlín, la DL se enfrenta a un problema, ya no puede culpar a la otra parte y no tiene más remedio que interiorizarlo. De nuestro malestar ya no son los rusos los culpables, será el vecino musulmán, el gay del piso de abajo o una mujer que es mi jefa.

Con todas sus deficiencias a la DL «el peor sistema político exceptuado todos los demás», no podemos exigirle soluciones completas. a todos los problemas. La DL es un avance civilizatorio frente a épocas pretéritas, algo que deberíamos tener claro los españoles. Y su pervivencia exige interiorizar sus valores. Darse cuenta de la validez relativa de las convicciones propias y, no obstante, defenderlas resueltamente es lo que distingue a un hombre civilizado, a un demócrata, de un bárbaro. En esto fallan, esos grandes relatos del consuelo: nación, fascismos, comunismo, fanatismo religioso, neoliberalismo...Ya que defienden resueltamente unas ideas, pero no como si fueran relativas. La DL deja insatisfechos a los absolutistas que anhelan de las instituciones públicas salvación, redención y felicidad. Estos anhelos son legítimos dentro del corazón, en la esfera privada, pero no en política.

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