Opinión | editorial

Evitar la escalada de tensión

La singular visita que realizó el pasado fin de semana a España el presidente de la República Argentina, Javier Milei, ha desembocado en un choque diplomático de dimensiones aún desconocidas, tras los ataques que vertió públicamente contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y su esposa, a la que tachó de «corrupta». El mandatario argentino aprovechó su viaje, programado para participar en un mitin internacional organizado por Vox, para entrevistarse con empresarios españoles con intereses en su país. Pero el dignatario, que gozó, como es lógico, de la protección de los servicios de seguridad españoles, no se molestó, sin embargo, ni en ver al jefe del Ejecutivo, ni tan siquiera al Rey, su homólogo como jefe del Estado, lo que hubiera sigo exigible por una mínima cortesía institucional, conceptos estos que parecen ajenos al comportamiento del presidente Milei.

Sí, por contra, utilizó su intervención en el mitin de la ultraderecha para lanzar acusaciones graves contra Sánchez y su mujer. Que un mandatario extranjero insulte en su propio país al jefe del Ejecutivo que lo acoge supone también una intolerable falta de respeto a las instituciones y a la ciudadanía españolas.

Es cierto que las inapropiadas declaraciones realizadas hace un par de semanas por el ministro de Transportes, Óscar Puente, vinculando a Milei con la «ingesta de sustancias», no fueron el mejor preludio para la primera visita que realizaba a España el mandatario argentino desde que llegó a la Casa Rosada hace cinco meses. Aquel incidente se zanjó tras una tibia disculpa del ministro, pero es evidente que dejó heridas abiertas. El error del locuaz Puente no quita gravedad a los ataques de Milei, pero sí los aminora en la medida en que pueda parecer que responden a una manera compartida de desempeñarse. Caer en la trampa de las descalificaciones es, de hecho, hacerle el juego a la extrema derecha, que busca normalizar el agravio como arma política.

Conviene, no obstante, no equivocarse. La ofensa de Milei al presidente del Gobierno no lo es solo a su persona, sino también a la institución que representa. De ahí que fuera errónea la primera reacción del PP, al tratar de limitar el agravio a Sánchez cuando lo es a la dignidad del Estado. Ayer, el responsable institucional de los populares, Esteban González Pons, matizó al considerarlo una «intromisión» que «remueve la política nacional». Una rectificación escasa, pero en la buena dirección.

El conflicto diplomático se salda de momento con la petición formal de disculpas al presidente argentino, la llamada a consultas sine die a la embajadora de España en Buenos Aires y la convocatoria del ministro de Exteriores al embajador de Argentina en España. Estas medidas reflejan la gravedad de la crisis en las relaciones entre dos países a los que unen estrechos lazos fraternales.

No parece que la situación tenga una salida fácil ante la negativa del presidente de Argentina a excusarse. Pero son precisamente esos nexos históricos y familiares los que debieran llevar a una profunda reflexión que ayude a frenar la escalada e impida que esta disputa acabe en la ruptura de relaciones. Para eso está la diplomacia, para buscar una salida airosa y justa para los dos países.

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