Opinión | El trasluz

Carísima morralla

Carísima morralla.

Carísima morralla. / Unsplash

Los garajes se inventaron, creo yo, después de los coches, muchísimo después, porque si se hubieran inventado al mismo tiempo, la calle no estaría llena de automóviles. He ahí un fallo de la civilización. Es lo que pienso mientras intento ir de una acera a otra en una calle llena de vehículos a motor de cuatro ruedas. Están tan pegados unos a otros que cuesta introducir el pie entre ellos. Ahora imaginemos que se hubiera inventado el tapón de corcho de las botellas de vino antes de que se inventara el sacacorchos. O las latas de conserva antes que los abrelatas. O las tuercas hexagonales antes que la llave inglesa. La realidad estaría invadida de botellas de vino, de latas de conserva y de tuercas hexagonales con las que no sabríamos qué hacer. Tropezaríamos con ellas por todas partes del mismo modo que tropezamos con los automóviles por doquier.

El primer coche de la creación tendría que haber venido al mundo con una plaza de garaje incorporada. En el mismo acto de venderte un auto deberían venderte el lugar donde guardarlo. Tendrían que ir una cosa con la otra, de ese modo las avenidas de las ciudades y los pueblos no estarían llenas de chatarra, como ahora. Imaginen que se hubiera inventado el sofá antes de la sala de estar. ¿Dónde lo colocaríamos: también en medio de la vía pública? O que se hubiera inventado la cama antes que el dormitorio. Estarían las plazas y las travesías y todos los caminos invadidas de camas de matrimonio, y de camas-cuna y camas-nido, y de camas individuales y literas. No se podría vivir, sería un despropósito.

Pues ese es el despropósito que hemos llevado a cabo con los coches y no solo con los coches, también con otros descubrimientos nucleares en la vida de los seres humanos. Hemos inventado el Parlamento, por ejemplo, pero aún no hemos logrado dar con el parlamentarismo. De ahí que los partidos voten o dejen de votar las leyes en función de sus intereses particulares en vez de hacerlo atendiendo al interés común. A ver cómo abrimos esta botella de vino sin inventar el sacacorchos, o esta lata de atún sin disponer de un abrelatas, etcétera. A ver cómo doy mi paseo matinal con este barrio repleto de morralla carísima, pues tropiezo con audis y con mercedes y con lexus y con toyotas tirados de cualquier manera, invadiendo incluso las aceras. En fin.