Opinión | EDITORIAL

BCE: buena noticia con peros

El Banco Central Europeo (BCE) manda en la política monetaria –muy relevante para la economía– de todos los países del euro. Es casi un organismo supranacional pues las decisiones las toma el Consejo del BCE, en el que están los gobernadores de todos los países, pero en el que el comité ejecutivo de seis miembros, nombrado por mayoría cualificada por el Consejo Europeo (los jefes de gobierno), tiene un gran peso. Este ejecutivo está presidido ahora por la francesa Christine Lagarde y el vicepresidente es el español Luis de Guindos.

Su tarea es compleja porque el euro es la moneda común de países que –a diferencia de Estados Unidos, Canadá y Japón– no son ni una unión fiscal ni una unión política. Y las economías de los países miembros son muy diferentes. Pese a todo, el BCE supo decidir y llegó a bajar su principal tipo de interés a un nunca visto 0% para combatir la crisis del 2008 y luego la pandemia. Fue una política superexpansiva que funcionó y contribuyó a que la economía y el empleo no se colapsaran. Pero luego –con la guerra de Ucrania– la inflación se disparó a cotas del 10% no vistas desde hacía mucho. Y el BCE –como la Fed norteamericana– tuvo que subir con intensidad los tipos -del 0% al 4,50% en dos años– para enfriar la economía, castigar la actividad y que la subsiguiente baja de la demanda total frenara los precios.

Ahora el descenso de un cuartillo, del 4,5% al 4,25%, de su tipo de interés indica que el BCE está razonablemente satisfecho. La inflación en la zona euro ha caído al 2,6% anual, pero no ha llegado aún al objetivo del 2%, mientras que se ha evitado la recesión (no cierto estancamiento) y el paro está bien (6,4%). Por eso era hora de aflojar algo la política restrictiva para no castigar más a la economía y permitir que un descenso del interés facilitara los créditos a las empresas y a las familias y favoreciera una mayor recuperación.

Pero el BCE se resiste a asegurar que los tipos a corto vayan a seguir bajando. Primero porque teme que el alza de precios de los servicios y de los salarios (superiores al 4% a nivel europeo los últimos meses) hagan rebotar la inflación. El BCE no da la batalla por ganada hasta que la inflación caiga de forma estable al 2%. Segundo, porque la economía y el empleo resisten. Ahora no baja los tipos, como otras veces, alarmado por una recesión. Finalmente, porque estamos en una economía global. El tipo de interés americano es todavía del 5,5% y la Fed se muestra muy cautelosa ante un posible recorte. Por eso el BCE tiene cierto margen, pero limitado. Separarse mucho del tipo americano podría causar una depreciación del euro –buena para los exportadores– pero que alimentaría las tensiones inflacionistas. Y en Fráncfort la inflación es el gran enemigo.

La bajada al 4% es una buena y esperanzadora noticia. Pero no está garantizado que a corto haya más recortes. Todo dependerá de la inflación. Es algo que los políticos españoles deberían saber.

Para el BCE, o sea para la política económica europea, la prioridad es que los precios no se vuelvan a desmandar para que no se erosione más el nivel de vida de los ciudadanos. Así funciona Europa. Y así se han salvado los últimos y graves desafíos.

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