Gobernar como recuerda el escritor Carlos Fuentes sobre la política es el arte de tragar sapos sin hacer gestos. Hay algunos cuya digestión puede provocar problemas para conciliar el sueño como le ocurría en 2019 al presidente del Gobierno con Podemos, y hay otros que impiden seguir deglutiendo más comida porque taponan cualquier posibilidad de circulación normalizada como le ocurre ahora al PP con los que decían sus adormecidos socios de Vox.

Los damnificados en esta campaña a derecha e izquierda eran Monasterio e Iglesias devorados por Ayuso y Mónica García. Los protagonistas del encontronazo en el debate de la Cadena SER eran exactamente los mismos, una que acudió con el propósito de reventar cualquier posibilidad de diálogo arremetiendo incluso con la periodista y el otro que tenía claramente definida la posición de levantarse de la mesa si no había condena previa. Pero entre ambas posturas ante la que algunos querían permanecer equidistantes se interpuso un sobre con amenazas de muerte y cuatro balas dirigidas al ex vicepresidente y su familia. Y ante las balas, aunque no estén en un cargador y solo envueltas en un inofensivo sobre se rompen todos los marcos discursivos creados hasta el momento. Es fácil rebobinar hasta el comienzo de esta legislatura de Pedro Sánchez cuando la oposición descalificaba a este Gobierno, no ya el resultante de la moción de censura sino de las urnas como ilegítimo y una vez quebrada la legalidad ante buena parte de la población, se soporta mejor la violencia verbal o el insulto reiterado hasta normalizarlo. Ocurrió en los últimos tres años de gobierno de Felipe González, con la victoria de Zapatero en 2004 y se repite ahora. La intensidad no es la misma, la demonización que ha sufrido Podemos no la tuvieron ninguno de los apoyos de los otros Gobiernos. Ni tampoco Podemos tiene la misma política comunicativa y estratégica de ninguno de los partidos antes conocidos, ellos se mueven mejor en el antagonismo y su pasado preinstitucional pesa en algunas de las comparaciones. Pero el dique de contención de la derecha se rompió con la salida de Mariano Rajoy, solo queda incólume en Galicia y aceptaron como compañeros a los matones de la clase. Invisibilizaban su relación cuando les convenía, obviaban algunas de sus declaraciones o actuaciones más sectarias porque les necesitaban para el poder, pero se han revuelto contra sus aliados cuando han visto peligrar su presencia en la Cámara madrileña. En todo este barro hay por ahora ocho balas, una navaja supuestamente ensangrentada enviadas a cargos públicos y la angustia de que esto no ha hecho más que empezar.