La fractura del Estado de la que tanto alerta el Partido Popular, y de la que hace gala en aquellos territorios no considerados como comunidades históricas, está también participada por ellos mismos y explica en parte la dureza de su discurso y la compensación de votos a obtener en otras autonomías que no sean la catalana o la vasca.

El PP ha pasado en menos de diez años a ser irrelevante en Cataluña. Ha perdido el 77% de su apoyo desde las elecciones de 2012 con Alicia Sánchez-Camacho a la cabeza y sus 19 escaños en el Parlament quedándose en tan solo tres en las últimas elecciones, sin grupo parlamentario, con el apoyo del 3,8% de los votos, y en octava posición. En el País Vasco, desde las elecciones de 2009 con 13 diputados y tercera fuerza política, se encuentra con menos de la mitad, a pesar de presentarse en una lista conjunta con Ciudadanos, impulsada desde Génova y como apuesta personal de Pablo Casado, resultado 6,7 % votos y quinta fuerza política en el hemiciclo.

La posición de debilidad parlamentaria en que se encuentra el PP en Cataluña y Euskadi es uno de los factores que más han obstaculizado un avenencia en esos territorios históricos al marco del Estado autonómico actual. Y mientras que el principal partido de la oposición, hace nada partido de gobierno, sea ahí casi testimonial las opciones para encauzar el asunto se vislumbran ciertamente escasas.

En países con una identidad plural y cuestionada como España, los partidos políticos son tan protagonistas como las instituciones o a la propia Constitución para favorecer la unidad y la integración de un Estado democrático. Se puede hacer desde una interiorización de los propios partidos de esa pluralidad nacional o cultural incluso fomentándola entre sus votantes como en el caso gallego o el valencianista de Zaplana. O en otras ocasiones, porque se organizan para reducir las tensiones entre el centro y la periferia, justo lo contrario de lo que el PP ha conseguido con el discurso del ayusismo madrileño, al que se ha sumado Pablo Casado a rebufo de la victoria incontestable de la presidenta. Pero siendo Madrid España, España es mucho más que Madrid y con pocas similitudes. Sin un partido popular protagonista de la vida política en Cataluña y Euskadi es más difícil que el Estado gane la empatía necesaria para afrontar el debate soberanista a largo plazo. Y también reduce su capacidad de influencia interna en esos territorios para actuar en las cuestiones más divisivas de su sociedad. Aún sabiéndolo, Casado insiste en la vía de absoluta confrontación con todos menos con Vox al que sigue mirando de reojo.