La política es una máquina de construir y deconstruir y ambas cosas las hace con igual intensidad y velocidad y con esa misma intensidad construye metáforas irreales que en el instante en el que son lanzadas y las consumimos nos parecen más reales que la gente que anda anónimamente por la calle y con ese insultante no anonimato construye gigantes con pies de barro que deambulan por arenas movedizas que ellos mismos han fabricado. La política es, entonces, el arma a la que los partidos recurren una y otra vez para destruir al líder o/y construir al próximo que caerá y será lapidado públicamente sin opción a queja ni respuesta, porque apenas sí queda talento político, solo estrategias que desencadenan guerras fratricidas en la que solo puede resistir uno y casi siempre ninguno, porque la sangre deja rastro y por mucho que se hayan utilizado guantes y máscaras y todo haya sido escrupulosamente higiénico, la sangre tiene vida y en la oscuridad se desvela y acusa.

Lo visto en el Partido Popular a lo largo de estas últimas semanas nos ha puesto de manifiesto que la imprudencia y las prisas son las peores consejeras y que no hay verdad ni mentira que no sea minutos después su contraria y se anude al cuello de quien la fabricó hasta hacer que cese su respiración. No hay pecado sin pecador, como no hay crimen sin asesino, aunque en ocasiones sí hay culpable sin culpa e inocente que se lava las manos en las mismas fuentes en las que ha manchado y traicionado todos los nombres. En demasiadas ocasiones –lo hemos visto con mucha frecuencia en los últimos años– los partidos políticos parecen crear dentro de sí su propio Estado con sus revoluciones, sus dogmas, sus barrios jerarquizados y sus dulces relatos para hacer como si no pasara nada y todo hubiera sucedido en algún lugar con nombre extranjero y lejos de la mano del hombre, que sin saberlo es algo así como una imagen desproporcionada de todas sus perversiones.

Lo visto en el Partido Popular a lo largo de estas últimas semanas nos ha puesto de manifiesto que la imprudencia y las prisas son las peores consejeras

No sé qué inspira al supuesto perdedor ni qué alimenta el alma del llamado ganador cuando las cosas han sido tan feas y los insultos se han retransmitido en directo sin que nadie hiciera nada para que el espectáculo cesara en medio de un murmullo ciego y sin corazón. No hay condolencias, ni abrazos, ni palabras que reparen el alma y el dolor, solo un camino que otros ocuparán para cometer si acaso los mismos errores y desangrase en púbico con la misma irreverencia hacia uno mismo.

Necesitamos curarnos de nosotros, porque este afán de crear titulares para ocupar espacios mediáticos se ha convertido en el peor de los castigos y está haciendo de nuestros políticos, a los que necesitamos, figuras de barro invisibles y obscenamente semejantes que solo en su despedida son el hombre que como políticos no supieron ser.