El Periódico de Aragón

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Carolina González

Tradiciones que pesan

Con qué velocidad avanza el mundo. Podemos subir las persianas o encender la calefacción a cientos de kilómetros de distancia, solo con el teléfono móvil, vigilar al rebaño con un dron, teletrabajar desde el otro lado del mundo… Pocos ven con recelo la evolución universal e imparable que nos hacen mejor y más cómoda la vida. En cambio, cuando se trata de cambiar costumbres relacionadas con el papel de la mujer a muchos se les tuerce el gesto. Aparecen los integristas que defienden que las tradiciones culturales deben perdurar, aún a sabiendas de que sean discriminatorias contra el sexo femenino.

La religión, o mejor dicho algunas religiones, asignan a la mujer un rol inferior al del hombre. En su versión más fundamentalista, la musulmana, por ejemplo, las obliga a vestir, actuar y vivir de una determinada forma bajo unas normas siempre dictadas por hombres. Se les impide el acceso a recintos, se las encarcela por decir cosas que sí se les permite a ellos e incluso se las asesina por hacer lo que el género opuesto sí puede. La palabra igualdad no existe. Ni falta que hace. Es lo normal, lo que vienen haciendo históricamente y lo que figura en los textos religiosos. No caben dudas ni cuestionamientos. En el catolicismo tampoco queda hueco para ellas en la jerarquía eclesiástica, aunque aquí sí empieza a abrirse alguna ventana y soplar vientos de cambio. Rachas ligeras, pero algo es algo.

Las mujeres tampoco tienen lugar en determinadas asociaciones o sociedades gastronómicas. Ni en sillones importantes de algunas empresas. Ni techos de cristal en algunos sectores laborales. El artículo 14 de la Constitución española deja claro que todos somos iguales ante la ley sin discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión u opinión. Fuera de la legislación, cada uno en su casa hace lo que le da la real gana. ¿O no?

Sigue siendo noticia la incorporación de una mujer a esto o aquello. Acaba de hacerlo una a los Danzantes de Huesca. No es que estuvieran vetadas, pero sí que la inercia llevaba los palos y las cintas únicamente a manos masculinas. Lo mismo sucede en algunas cofradías. En ocasiones no existe una prohibición expresa o mala fe, solo tendencias, costumbres, instintos de protección, tutelajes necesarios. Curiosamente, además, ocurre en culturas y países distintos. Marginar a la mujer es un comportamiento transversal y, aunque la energía es ingente para cambiarlo, el proceso se hace demasiado pesado. Excesivamente lento. La esperanza, la fuerza social y la legislación de gobiernos progresistas aceleran la transformación. No caigamos en la resignación porque granito a granito se hace montaña.

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