Emanciparse, ¿sueño o realidad?

Carolina González

Carolina González

Cuatro de cada diez treintañeros no pueden irse de casa de sus padres en España. Un joven que vive en nuestro país tarda de media tres años y medio más en emanciparse que cualquier colega europeo. El precio del alquiler de un piso es prohibitivo y la opción de compra se aleja como un globo aerostático soplado por la inestabilidad laboral. La presión social azuza a los jóvenes cada vez con más fuerza. La edad aprieta y las etapas de la vida están claras: estudiar, buscar oportunidades en el extranjero, regresar, comprarse un piso, casarse y tener hijos. En ese orden.

Quien no reconozca las dificultades que se le plantean ahora a estos chicos que caminan hacia la adultez por la senda de la incertidumbre está ciego. No entro a valorar si son más o menos complejas que hace unas cuantas décadas, pero negar la evidencia es de ignorantes. Igual que decir que la solución a la falta de vivienda en nuestro país se resuelve construyendo más. No han entendido la burbuja de 2008 y no han aprendido nada de la gestión de los residuos inmobiliarios derivados de aquella crisis.

Conviene recordar a los que desayunan, comen y cenan con la Constitución que el acceso a la vivienda es un derecho. El artículo 47 recuerda, además, a los poderes públicos que deben regular la utilización de suelo conforme al interés general para impedir la especulación. Carta Magna dixit. Divina paradoja.

Que los jóvenes puedan independizarse no debería ser un privilegio. Volar del nido supone madurar, sufrir las contingencias de la economía propia, enfrentarse a la soledad de un hogar sin protección paternal. Descolgarse de los planes de amigos les agobia. Por eso alargan su etapa en el hogar familiar, para ahorrar todo lo que pueden. Habrá quien lo haga por comodidad y egoísmo, pero no representan a la mayoría. Me resisto a creer que hasta los 30 viven mejor dando explicaciones a los padres cada vez que llegan tarde a casa.

Coartar sus expectativas de futuro se traduce en frustración y ansiedad por algo que desean y sienten no poder alcanzar. Y eso, en muchos casos, acaba repercutiendo en su salud mental que, por cierto, ya viene tocada de una adolescencia agitada por la impostura de las redes sociales y el acoso escolar.

A muchos les parece mal todo lo que conlleve ciertas concesiones a los jóvenes: el bono cultural, las ayudas al alquiler, la flexibilización de medidas para acceder a servicios públicos... Les afecta la precariedad laboral y el alza de los tipos de interés, pero también las ganas de socializar o de tener el móvil de último modelo. Lo natural a determinada edad no tendría que ser incompatible con crecer vital y profesionalmente.

Suscríbete para seguir leyendo