EL TRIÁNGULO

20N

Carolina González

Carolina González

Quizá no se hayan dado cuenta del día que es hoy. El paso de los años parecía que había impermeabilizado esta fecha grabada a fuego para los nostálgicos de tiempos pasados o al menos había suavizado la conmemoración de la muerte de Franco. Sin embargo, las últimas semanas de irascibilidad y prendimiento callejero no ayudarán en lo más mínimo a templar los ánimos.

Los que peinan canas siempre han asegurado que la guerra civil se cerró en falso. Es imposible reducir tanto dolor, odio y enfrentamiento a un valle. Creer que allí quedaba enterrada una etapa de España fue un error. La página nunca se ha pasado, no por no querer hacerlo sino porque no hemos sabido. Hemos subestimado las consecuencias silenciosas de uno de los bandos.

Muchos creemos eso de que el tiempo lo cura todo, que cicatriza heridas y ayuda al olvido. Pero no ha ocurrido como pensábamos. Quienes han visto el más mínimo resquicio que puede abrir la puerta a otro régimen luchan por conseguirlo más pronto que tarde. Da igual que sea en manifestaciones nada pacíficas, únicamente convocadas para exhibir banderas, cánticos fascistas y proferir insultos contra el Rey y el presidente del Gobierno, que en cartas firmadas por exmilitares que proclaman a los cuatro vientos la necesidad de dar un golpe de Estado.

Expresiones guerracivilistas como esa se han colado de nuevo en el vocabulario de una parte importante de españoles. Cuando se grita hijo de puta a un presidente se vocifera lo peor de uno: machismo, totalitarismo y animalismo. Se anula cualquier posibilidad de diálogo, empatía y entendimiento. Se aniquila la tolerancia. Se abole el sistema democrático de convivencia que durante los últimos 40 años ha permitido a España salir adelante con éxito. La amnistía ha pasado a un cuarto plano, ahora solo importa gritar fuerte, defender la unidad de España y atizar al adversario, física o verbalmente. La violencia solo necesita sentir un mínimo de amparo para echarse al monte y eso es lo que han permitido algunos justificando determinados comportamientos abusivos en las calles y cuestionando, entre otras cosas, a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Después de romper el vaso, a ver qué pegamento encontramos para pegarlo de nuevo. Cada vez es más difícil unir los trozos.

Estamos a tiempo de apaciguar esta situación volcánica, sobre todo aquellos que ocupan la posición desde la que han arropado esas acciones legales pero inmorales. Si quieren cambiar leyes, que consigan mayorías parlamentarias que se lo permitan, pero que no dinamiten las bases del funcionamiento institucional porque, derribado el edificio, es realmente complicado mantener nada en pie.

Suscríbete para seguir leyendo