Opinión | EL TRIÁNGULO

Cuidémoslas porque nos cuidan

En el año 2023 se calculaba que España precisaba de algo más de 15.000 enfermeras y de unos 5.000 médicos no solo en atención primaria, donde más vacantes sin cubrir hay, sino también en muchos de los hospitales de España. Ciertamente es incomprensible que, tras pasar una pandemia en el año 2020 que a todos nos removió el alma en lo más íntimo, la situación de nuestra sanidad pública no haya mejorado y siga empobrecida y desatendida y que en este momento haya hospitales que afrontan el verano con ciertos problemas para cubrir los turnos de vacaciones. No es justo, no, que tras todo lo que los sanitarios nos han dado y dan a diario la sociedad los someta a la presión de jornadas maratonianas que van minando su ilusión y tras las cuales aflora un cansancio que en algunos casos les lleva a plantearse dejar sus carreras profesionales, a lo que hay que sumar en ocasiones el trato desagradable que, sobre todo las enfermeras, reciben por parte de los pacientes y sobre todo de los familiares de los pacientes que exigen a esas silentes y maravillosas figuras que resuelvan todos los dolores y el pesar de sus cuerpos o de los cuerpos de sus seres queridos.

España, nos decían, tiene uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo y sin embargo con la pandemia vimos que si el sistema se salvaba era justamente por sus profesionales, que se enfrentaban a la muerte con una bravura que hoy me sigue conmoviendo y puedo afirmar que es la bravura con la que cada día se enfrentan a su jornada laboral y es la bravura con la que salvan vidas y almas y es la bravura con la que no lloran y con la que te acarician para que la herida duela menos o el temor sea más llevadero. Recuerdo que cuando mi padre estaba ingresado en el Servet, a cuyo personal sanitario dedicó Regular, gracias a dios, le decía que aquel lugar era como una ciudad dentro de la gran ciudad y en esa ciudad todos los lamentos eran escuchados y todas las quejas atendidas e incluso había una luz que atravesaba sus tabiques para que nadie se sintiera solo, aunque la soledad fuera un boquete en el centro mismo de aquellos corazones cansados. No sé si me escuchaba, pero sí sé que cada día estaba agradecido y se sentía tranquilo porque tenía a Verónica, su oncóloga que acabó siendo su amiga, y a Ana, María, Lucía y a todas aquellas enfermeras que le hacían reír y lo cuidaban y a las que él llamaba por su nombre y les preguntaba por sus hijos, sus padres y sí: en esas ciudades que son los hospitales los milagros se suceden y no sé qué será de nosotros si no sabemos cuidarlos.

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