-Ha pasado mucho tiempo desde que vistió la camiseta zaragocista. Casi 28 años.

-El tiempo pasa muy rápido. Todavía tengo en la memoria aquellos días como jugador, de cómo se vivía el fútbol en Zaragoza, del ambiente que había en La Romareda… Mucha nostalgia.

-¿Ha visitado la ciudad desde su marcha?

-Claro, he estado más veces. He visitado en varias ocasiones Zaragoza. Dese cuenta que mi mujer, Pilar, es zaragozana, así que para mí ha sido habitual estar de visita por ahí.

-Todo ha cambiado mucho. Su vida también. A raíz de una publicación en la prensa alemana se difundió el rumor de que estaba arruinado. ¿Era eso cierto?

-Para nada. Nada es así. Estoy muy feliz y ocupado, ahora soy un hombre de negocios y estoy participando en tres empresas. Una de ellas es para la creación de campos de entrenamiento. Trabajamos para clubs como el Bayern de Múnich, el Real Madrid o el Inter de Milán. Quizás en un futuro podría haber una oportunidad de trabajar con el Real Zaragoza (sonríe). Además participo mucho en la televisión y junto a los esponsors que tengo. No puedo quejarme.

-Hábleme de cómo comenzó a soñar. Usted llegó muy lejos en el fútbol.

-Cuando era pequeño lo único que soñaba era con ser campeón del mundo. Triunfar en la élite. Lo que cualquier chaval pensaba. Tuve la suerte de poder cumplirlo, he sido todo un afortunado. Pero siempre he luchado por llegar ahí arriba. Desde pequeño tuve un balón entre las piernas. A los cuatro años ya estaba en un club humilde de Hamburgo llamado Barmbek-Uhlenhorst. Lo normal en mi ciudad era el balón y el Hamburgo.

-¿Fue su primera ambición?

-Durante toda mi infancia mi padre me cogía para llevarme al Volksparkstadion todos los fines de semana. Allí soñaba con estar ahí abajo, en el césped. Pero nunca pude vestir esa camiseta.

-Entonces, ¿no se fijó en usted el Hamburgo?

-Estuve cerca, la verdad. El director deportivo, que se llamaba Günther Netzer, me invitó a pasar unas pruebas para entrar en el Hambugo. Era un equipo tremendo, con jugadores de clase mundial como Keegan, Magath o Hrubesh en la plantilla. Por aquel entonces tan solo tenía 17 años y jugaba en la tercera división de mi país. Ya apuntaba maneras, pero el Hamburgo solo podía ofrecerme un hueco en su equipo filial, que estaba en quinta división. Así que decidí tomar otro camino alejado del equipo de mi ciudad.

-¿Cuál fue su primer gran salto en el fútbol?

-Cosas de la vida, Magath volvió a llamarme cuando era entrenador del Saarbrücken y así firmé mi primer contrato profesional.

-Por aquel entonces no jugaba de lateral izquierdo.

-No solía ser lateral. Recuerdo que en el Saarbrücken jugaba en el centro del campo, aunque alguna vez me pusieron en los laterales. Pero fíjese que en el Bayern también actué en el centro del campo. No empecé a ser un lateral izquierdo top hasta que comencé a jugar así en el Inter.

-Fue creciendo poco a poco y con paso firme hasta que le llamó la selección.

-Cuando me llegó el momento de ser internacional con Alemania no dejé de soñar. Así se lo hice ver a la prensa. Cuando me preguntaron, les dije: ‘quiero ser campeón del mundo con Alemania’. Y lo cumplí. Aunque otra de mis historias favoritas también tiene que ver con la selección.

-¿Cuál fue?

-Mi fichaje por el Bayern se gestó de esta manera. Con Die Mannschaft (la selección) de por medio. Una vez que Alemania jugaba en Múnich me vino Karl-Heinz Rummenigge y me subió en su coche. Sabía que me querían fichar, pero fue todo muy rápido. Me llevó a la oficina de Uli Hoeness y apenas unos minutos después estaba en la mesa firmando el contrato con el Bayern.

-Después decidió embarcarse en el sueño de la Serie A. En aquellos años, todos ustedes querían ir a jugar a Italia.

-No dudé ante la posibilidad de ir a la Serie A. Por aquel entonces era la mejor Liga del mundo y todas las estrellas del planeta querían ir allí. No era solo por dinero, lo más importante era la calidad del fútbol y de los jugadores que había en Italia. Fuimos un Inter de Milán increíble.

-Recordará todavía más aquel célebre penalti contra Argentina en la final del Mundial de Italia de 1990.

-Como si fuera ayer. No dejo de visualizarlo en mi cabeza. El penalti que nos podía hacer campeones del mundo. Para mí tirar un penalti era un día más en la oficina, ya que estaba acostumbrado. Era un momento de máxima tensión y Lothar Mattaus no quería lanzarlo, así que no me lo pensé. Cogí la pelota mientras los futbolistas argentinos la estaban liando con el árbitro.

-Siete minutos que le parecerían un mundo.

-Estuvieron unos siete minutos discutiendo con el árbitro. Se hizo eterna esa espera. Pero visto lo que sucedió después verdaderamente mereció la pena. Cuando la pelota entró fue una de las mejores sensaciones que he vivido. Al fin y al cabo era hacer a Alemania campeona del mundo. Lo que cualquier chaval sueña.

-Aquel penalti seguramente no hubiera sido penalti con el actual sistema de videoabritraje.

-No creo (ríe). Creo que en ningún caso hubiera sido penalti, pero hubieran pitado uno que cometieron anes sobre mi compañero Augenthaler, ya que le hicieron una falta clara dentro del área, que no fue señalada. Así que se compensaría una cosa con la otra.

-¿Le gusta a usted como está cambiando el fútbol?

-El fútbol está cambiando rápido, creo que es un deporte que ya no se puede comparar con el de mis días. Es diferente. Sin embargo, yo creo que la Alemania de los noventa seguiría haciendo el fútbol y alcanzando los logros que consiguió por su capacidad.

-De ser campeón del mundo a ser futbolista del Real Zaragoza. ¿Cómo se gestó ese fichaje?

-Fue un caso complicado. Tenía un acuerdo con el Barcelona, pero hubo un problema. El club no tenía espacio para un futbolista de fuera, yo era alemán así que me quedé sin sitio. De este modo no pude fichar y recibí la llamada del Real Zaragoza. Así acabé ahí. Era una opción muy buena por aquel entonces y se trataba del equipo de la tierra de mi mujer, Pilar.

-¿Cómo conoció a una chica aragonesa?

-Conocí a Pilar en Alemania y a partir de ahí comenzamos nuestra vida juntos. Ella es de Zaragoza, así que me contaba mucho sobre su ciudad, sobre el equipo, sus costumbres, tradiciones, lugares… Un día me enseñó Zaragoza y me encantó.

-Se pondría contenta ella y su familia de tenerle a usted en casa y en su equipo.

-La verdad es que se alegraron muchísimo. Fue sorprendente que acabase en el Real Zaragoza por cómo se cruzaron todos los caminos para que se diese este fichaje. Todo fue gracias a una serie de casualidades.

-¿Influyó ella en su llegada a la capital de Aragón?

-Pilar no influenció en mi decisión. Pero teníamos un amigo en común, Arturo Beltrán, con el que tuve relación y que me habló mucho del club. Hacíamos una broma entre los dos desde hacía tiempo. Yo le decía que el Real Zaragoza jamás tendría suficiente dinero para ficharme y él se reía. Hasta que llegó un día donde me dijo que esto no era broma, que había una oferta muy importante del club para ficharme. Así que, pese a tener otras propuestas, decidí firmar.

-¿Había visitado la ciudad antes de firmar?

-Por supuesto. Había estado varias veces junto a la familia de mi esposa que vivía en Utebo, así que no era un rookie de Zaragoza.

-La gente todavía se acuerda de usted. ¿Cómo fueron aquellos días en la capital aragonesa?

-Me siento muy honrado de que la gente siga recordándome. Por la influencia de mi familia créame si le digo que siempre he querido al Real Zaragoza. Además la ciudad y los aficionados siempre me acogieron muy bien desde el primer día. Se nota que ahí el fútbol es más que un deporte.

-¿Cómo recuerda al equipo?

-Había una gran plantilla. Pardeza, Solana, Poyet, Aguado, Darío Franco… Éramos muy fuertes y teníamos un gran espíritu colectivo. Me quedó un poco de mal regusto sobre todo tras la eliminación con el Borussia Dortmund.

-Usted, alemán, contra uno de los cocos germanos de la época: Chapuisat, Povlsen, Zorc…

-Eran muy buenos. Tuvimos que jugar en el Westfallestadion en la ida. Ya lo conocía, no era un campo sencillo. Perdimos 3-1 y todo el mundo estaba convencido de poder darle la vuelta en casa. Pero nos quedamos a un gol con ese 2-1. Fue una lástima. Teníamos equipo para hacer algo grande.

-¿Qué sitios de Zaragoza le gustaron más a un campeón del mundo?

-Había sitios muy bonitos en la ciudad. La Plaza del Pilar, por ejemplo. Aunque me encantaba comer en La Mar y El Cachirulo. Solíamos ir ahí. Pero donde más tiempo pasé fue en el campo.

-¿Cómo recuerda el estadio de La Romareda?

-Fíjese. Yo llegaba de jugar en San Siro, donde en los noventa se disfrutaba de un ambiente tremendo. De los mejores en Europa. Sin embargo, La Romareda era un sitio increíble para jugar y disfrutar del fútbol. Tenía una atmósfera muy buena, sobre todo en los partidos importantes. Empujaba mucho la afición.

-Pero su rendimiento no fue como los aficionados esperaban y las expectativas creadas sugerían. ¿Qué pasó?

-Vi que no podía ayudar más al equipo en la posición de lateral izquierdo. No daba más de mí en ese lugar porque me sentía muy lento para ser lateral. Así que esa fue la razón por la que decidí volver a Alemania porque quería rendir a mi mejor nivel.

-Se marcha y el equipo comienza un periodo ganador que pasaría a la historia.

-Después de marcharme lo ganan todo. Qué mala suerte. Tenía contacto constante con Miguel Pardeza una vez que me fui. Recuerdo la final de la Recopa contra el Arsenal. Estaba en el sofá sufriendo. Créame, tenía los dedos cruzados y todo para ver si ganábamos. Y Nayim marcó.

-Usted vive ahora una vida diferente a la de deportista. Pero fíjese, su entrenador en Zaragoza fue Víctor Fernández y sigue en el banquillo.

-Sabía que él estaba entrenando. Le deseo todo lo mejor. Espero que Víctor Fernández sea el hombre que devuelva al equipo a su lugar, que es la Primera División. Ojalá tenga toda la fortuna del mundo en esta recta final de Liga. Además, estoy deseando regresar de nuevo a Zaragoza y volver a ver un partido en el estadio de La Romareda. La próxima vez que esté quiero hacerlo. Quiero volver como aficionado.