Los goles de Narváez son cosa suya y de dos buenos centros de Tejero y Chavarría superado el minuto 90. El punto salvado, también es asunto exclusivo del colombiano, soberbio para aparecer de esa forma tan feroz con sus compañeros firmando la capitulación. Él mismo, elegido por el técnico en la alineación como único atacante, estuvo casi toda la cita con la bandera blanca a cuestas. Cuando el Girona, con un grueso ramillete de bajas, celebraba la victoria por un 0-2 incontestable, al cafetero le hirvió de repente la sangre. El empate frenará, seguramente, la toma de decisiones drásticas, pero ese par de acciones geniales no pueden maquillar el nuevo horror gestado por el Real Zaragoza durante el resto del partido. Marcó por fin y tuvo oportunidad de hacerlo antes en botas de Zanimacchia, Bermejo, cuyo disparo fue al palo, y en un frentazo del negado Toro Fernández que se posó en la cepa del poste. Su fútbol, sin embargo, continúa siendo una aberración, un sinsentido de jugadores que van y vienen en un desfile caótico. El futuro no va a cambiar por esta reacción con disfraz de arrebato heroico porque el conjunto aragonés es pura maleza. O se asume esa realidad palmaria o las va pasar canutas. Brindar por el 2-2 es agarrarse a un mentira ardiendo.

Ha habido tiempo suficiente para descubrir que estamos frente a uno de los peores Real Zaragoza de la historia. Si se quieren buscar justificaciones en el mal uso de la materia prima por parte del entrenador, estupendo. Mirar a Rubén Baraja como principal causante del juego anárquico y superficial servirá para que alguno o algunos ejecuten la táctica del avestruz. Esta vez, el técnico probó sin Vuckic ni el Toro Fernández. Hasta qué punto debe de estar frustrado para prescindir de los elegidos para el gol. Apostó por Narváez y por el tan pendular como irregular Bermejo como hombres más adelantados en una nueva y desesperada vuelta de tuerca. Con ese formato, lanzó un guante para quien quiera recogerlo. Al final fue el colombiano quien lo hizo para evitar que ruede la cabeza de su valedor. Igbekeme, en su mejor versión destartalada, casi ingresa a Francho en el manicomio, y Francés, sustituto del lesionado Atienza, pasó una mala noche en su debut. El empate, si tiene alguna utilidad, es permitir que ambos escapen de la derrota. Porque, al margen de su progresión y de sus capacidades, no se merecen castigos tan duros. Bastante tienen con estar donde están, es decir en un infierno que devora sin piedad a jóvenes y veteranos.

Acudir una vez más al relato de la atrocidad es un ejercicio agotador. Se ha visto y comprobado que el Real Zaragoza todo lo empobrece. Con o sin Baraja, porque este banquillo amenaza con apetito carnívoro a quien lo ocupe en estas circunstancias. El entrenador ha sido puesto en tela de juicio y por supuesto que alguna responsabilidad tiene, pero ¿y quien le ha puesto semejante plantilla en las manos? Lalo Arantegui, director deportivo y ejecutor de las órdenes de la directiva, evita los exámenes ungido por su buena mano con el foro analista. Su trabajo, no obstante, tiene aristas muy peligrosas, esta temporada más que nunca. El vestuario se ha reducido a la mínima expresión competitiva, fruto de fichajes y cesiones de bajo rango, con un préstamo más que discutible de Clemente al Logroñés. Si se abre la puerta a Baraja, hay espacio para alguna salida más por coherencia personal y profesional. Por el momento, el paraguas de Narváez le ha servido al técnico. La lluvia, sin embargo, salpica más arriba.