El fútbol es identificación, filiación con un sentimiento, afinidad de grupo. El fútbol es compartir, relacionarse, diversión, amor, desengaño, alegría, sufrimiento y, seguramente, uno de los principales generadores de ilusión colectiva del último siglo y medio, cuando se reglamentó como juego hasta convertirse en un deporte universal y alcanzar una extraordinaria fuerza planetaria. De camino hacia el verano del 2014, la terrorífica situación institucional, económica y deportiva del Real Zaragoza había provocado un profundo hartazgo en la masa social del club y una preocupación enorme que culminaron en unos meses esperpénticos. De aquellos días, eso sí, quedarán para el recuerdo las manifestaciones masivas en la calle en defensa del escudo.

El cambio de propiedad en la Sociedad Anónima en julio de ese año dio un feliz carpetazo a la aterradora etapa de Agapito Iglesias, las consecuencias de cuya gestión todavía se pagan hoy en día y continuarán penalizando en el futuro, y abrió una nueva era de la mano de la Fundación Zaragoza 2032, un grupo de empresarios liderados financieramente por César Alierta que consiguieron, con su aparición, convertir la desilusión colectiva en una renovada corriente de esperanza. El fútbol es un maravilloso regenerador de pasiones y, emocionalmente, el Real Zaragoza pasó de vivir en una permanente noche oscura a ver el sol allá en el horizonte.

Desde entonces hasta hoy todos ustedes conocen perfectamente lo que ha sucedido. Societariamente, la SAD consiguió sobrevivir y se ordenó desde el punto de vista económico e institucional. Deportivamente, el objetivo del ascenso a Primera División ha estado cerca en, al menos, tres ocasiones, pero nunca se ha culminado. La travesía en Segunda continúa. Aquel poderoso chorro de ilusión que produjo la aparición de una nueva propiedad ha ido perdiendo fuelle con los años, a pesar de que la propia entidad ha tomado decisiones con un marcado acento popular para renovarla conforme las decepciones se iban sucediendo: los fichajes de Zapater y Cani, la apuesta por César Láinez en un momento complicado, el regreso de Víctor Fernández, la contratación de Kagawa, los cambios en la dirección deportiva o la apuesta firme por los mejores valores de la cantera, orgullosa seña de identidad de este tiempo.

El fútbol es ilusión. Después de ocho temporadas en Segunda, siete con la actual dirigencia, la ilusión está seriamente dañada. Por razones que nada tienen que ver con aquello, pero deteriorada. En este contexto, la primera de las prioridades es poner a salvo el equipo. El de Lugo este viernes es un encuentro clave en esa misión bien orientada pero todavía no culminada. Luego, el Zaragoza no puede permanecer quieto sobre una foto fija. Está ya buscando soluciones y se encamina hacia un verano, como aquel del 2014 pero tan diferente, en el que la coyuntura le obliga a producir un importante giro de guion. El motor de la ilusión está gripado. Hay que recuperarlo con decisiones inteligentes y mejoras de profundidad a nivel societario, económico y deportivo.