Cinco goles en nueve partidos. Uno solo en los cinco encuentros disputados en La Romareda, donde solo se ha celebrado un tanto en 450 minutos. Y fue de rebote ante un filial. El dato estremece y aboca irremediablemente al descenso. El Zaragoza lo intenta todo pero nunca marca y, transcurrido ya cerca de un cuarto de la competición, ni la paciencia resiste como remedio a la pertinaz sequía ni, desde luego, el infortunio se sostiene como razón de peso para justificar semejante negación.

Porque lo cierto es que el Zaragoza está negado de cara al gol y que ya no marca ni de penalti. Falló Álvaro, que no ejecutó mal el lanzamiento, pero la madera se burló de un equipo incapaz de hacer diana independientemente de la cantidad de intentos. El gol lo habría cambiado todo, sobre todo, la confianza del delantero fichado para liderar el ataque zaragocista, que disparó a puerta en solo 45 minutos más que en todas sus participaciones anteriores juntas. Ese tanto tan importante habría conducido, seguramente, a una victoria esencial que habría aportado cierta tranquilidad en la clasificación y abierto otro escenario. Pero no fue gol. Palo. Pero gordo.

Da la impresión de que JIM ya no sabe qué hacer, a quién recurrir ni qué brujo visitar. El técnico alicantino recurrió anoche al cuarto delantero centro en solo nueve partidos. Empezó Azón hasta que Álvaro se puso en forma y le arrebató la titularidad. Luego regresó el canterano y, entre tanto, Narváez acumulaba presencias en punta, también sin éxito. Anoche fue Nano Mesa el elegido para actuar arriba. El plan tenía cierto sentido en busca de esa velocidad, presión alta y desmarques que el canario sería capaz de aportar, pero tampoco funcionó. Ni siquiera tuvo ocasiones más allá de una clara que fue anulada por fuera de juego. En todo caso, tampoco había marcado. Para variar.

Al descanso volvió Álvaro, al que el banquillo parece haber espabilado o de lo lindo. El alicantino, que ya había enviado otro balón al poste minutos antes, jugó su mejor partido como zaragocista y fue el mejor blanquillo sobre el terreno de juego. Merecía el gol y empezar de cero. Era el día ideal para firmar alianza con La Romareda e imaginar un futuro mejor para todos. Pero debía marcar ese penalti. Y no lo hizo.

Dos palos

Aunque quizá su buen partido le sirva para regresar a un once en el que ha estado menos de la mitad de los partidos jugados. Sobre él debe recaer la responsabilidad del gol. Para eso vino. Por eso se le fichó. Hay tiempo, pero cada vez menos. 

Mientras, la ineficacia e ineptitud del Zaragoza de cara al gol asusta al miedo y le aboca, sin remisión, a sufrir durante toda la temporada si alguien no encuentra el antídoto. El equipo aragonés ya es el peor realizador del campeonato. Nadie ha celebrado menos goles que una escuadra que también es la única que todavía no conoce la victoria en casa. Los datos negativos se amontonan y dibujan un panorama desalentador por conocido.

El Zaragoza sigue en descenso mientras esas voces que censuraban la publicación del dato por temprana se reducen conforme se impone la evidencia de que este equipo está donde merece. Porque, sencillamente, no es capaz de marcar un gol al arco iris. Crea, genera y juega, sí, pero tiene una dificultad extrema para finalizar jugadas. El problema no solo alcanza al remate, sino al último pase y a la toma de decisiones cerca del área o en los centros. 

Cinco goles en nueve partidos. Dos de penalti, otros tantos gracias a entregas erróneas del rival y uno más de una estrategia que solo ha dado réditos por bajo. Por arriba, el Zaragoza tampoco ataca bien. Y mira que lo intenta de todas las maneras, Saques de esquina en corto, al primer palo, al segundo y hasta al tercero. Tampoco. De todo, pero nada. Como los intentos de JIM por cazar ese mirlo blanco. Como un derbi que tuvo de todo pero que quedó en casi nada. El Huesca se marchó a casa con la satisfacción propia del que se veía en la lona. La resignación y la impotencia se quedaron en La Romareda, donde reina la desazón y una extraña mezcla de orgullo por el esfuerzo titánico de los suyos y el desconcierto propio del que no entiende nada.