Muchas veces querer no es poder. Pero sin querer nunca se puede. En El Molinón, Iván Azón quiso ir a por un balón despejado por Vada desde la zona de mediocentros del equipo, un recurso de últimas del argentino con el objetivo de aproximar el esférico al campo rival con el partido a punto de vencer y el cronómetro corriendo hacia el final del tiempo suplementario. Azón, que siempre quiere, esprintó a por él como lo hace siempre, como si le fuera la vida. Lo peleó con todo su alma y lo ganó con la cabeza por cabezón, dejando momificado al central del Sporting.

Como un caballo desbocado, cabalgó en dirección a la portería local, midiendo cada paso como un matemático, sin perder el equilibrio y aguantando la coordinación en carrera. Entonces se encontró con el guardameta Mariño, lo mandó al suelo con un requiebro y en el último toque, el de gol, disparó con el tacto justo con el interior. Toc. Era el 1-2. Lo que vino justamente después fue el éxtasis, las carreras por la banda de todos sus compañeros, las imágenes de furia, la alegría desbordada, la celebración por todo lo alto en el césped y en cada uno de los rincones donde hubiera un zaragocista.

Si alguien merecía ser el protagonista estelar de una acción tan bella emocionalmente y tan bien ejecutada como la del gol del triunfo del Real Zaragoza en Gijón era Iván Azón. El delantero, un chico de 19 años con un cuerpo de hombre hecho y derecho, es un profesional modélico. Ejemplo de actitud, de trabajo, de esfuerzo, de compromiso y de nobleza aragonesa. Siempre da todo lo que tiene. Muchas veces le había faltado acierto en la definición ante la suerte suprema del gol, producto de malos golpeos desde el punto de vista técnico, de cierta precipitación y de la consiguiente desconfianza. En Leganés hizo su primer tanto de esta temporada. Contra el Sporting el segundo, que lo tuvo todo y todo bueno. El que la sigue la consigue. Iván siguió una pelota imposible. Y vaya si la consiguió.