Mientras el Real Zaragoza extravió definitivamente la fórmula de la pomada tras un empate de ultimísima hora contra el Amorebieta, salvado in extremis por el incomprendido Iván Azón, al que Juan Ignacio Martínez castiga con la suplencia por razones esotéricas, reflejo del estado depresivo en el que ha caído el equipo tras la derrota de Cartagena y, sobre todo, por la decisiva acumulación de bajas en el centro del campo, la Sociedad Anónima se encarama de manera definitiva hacia la estación de término de un ciclo institucional que se ha prolongado durante los últimos ocho años.

La firma de la venta del paquete accionarial mayoritario al grupo que lideran Jorge Mas, multimillonario empresario estadounidense con raíces cubanas, junto a su hermano y varios ejecutivos del mundo de las finanzas, pondrá fin a un larguísimo y tortuoso proceso que desembocará en el cambio de régimen en el club, que quedará en manos de extranjeros por primera vez en sus 90 años de historia.

Estamos, por lo tanto, ante una situación inédita a la que muchas otras entidades españolas y europeas, de tradición similar a la del Real Zaragoza, se habían abierto en la última década como signo de estos tiempos de globalización salvaje. La etapa que ahora va a concluir estaba social, emocional, financiera y societariamente finiquitada desde meses atrás aunque haya continuado por causas de fuerza mayor. Acabará previsiblemente con el equipo donde lo encontraron, en Segunda División, después de temporadas de frustraciones deportivas, pero en una situación económica mejor que aquella, con una deuda sensiblemente menor y la SAD bien ordenada.

Entrará en la dirección del club una de las grandes fortunas del mundo, dueño de un patrimonio de más de 1.200 millones de dólares según la revista Forbes. Mas, al que en su círculo de confianza definen como un soñador, dispone de lo principal que hay que tener en el fútbol para que los sueños puedan hacerse realidad: dinero. El cruce de caminos en el que aparecerá en la propiedad en 2022 guarda similitudes con aquel de 2014 en el que se revitalizó la ilusión del zaragocismo: existe una necesidad palmaria de iniciar un cambio de ciclo por el agotamiento del actual, la SAD precisa de manera inmediata de un impulso económico, social y deportivo para regenerarse y pelear por el ascenso a Primera División con argumentos sólidos, y como motor de crecimiento paralelo vuelve a estar de máxima actualidad la construcción de un nuevo estadio con un papel importante en la ecuación igual que hace ocho años, a pesar de que las circunstancias ya pasadas, primero relativas a una nueva política municipal y luego de orden mundial, hayan impedido llevar a cabo todos aquellos planes perfecta y previamente diseñados.

Jorge Mas posa delante del estadio del Inter de Miami. INTER MIAMI

La afición ha sido extremadamente comprensiva durante este periodo. La gota de su paciencia ha tardado en colmar ocho años. Es esta una plaza hambrienta, con un seguimiento maravilloso y un respaldo y un calado social tremendos. Mas, un soñador, se va a encontrar en Zaragoza una ciudad que sueña con el fútbol, con reverdecer días de gloria y con volver a ser grande. Esa es una de las primeras cosas que el empresario estadounidense-cubano y su equipo de trabajo deben comprender cuando pisen tierra aragonesa. El fútbol no es el aburrimiento de este viernes noche, ni un ebitda, ni un balance, ni una cuenta de resultados, ni un número que indique un superávit, ni otro que señale un déficit.

El fútbol es una seña de identidad potentísima y un sentimiento gigantesco, una palanca social cuya principal misión es hacer feliz a la gente, no enfadarla de modo reiterado. Para ello necesita que los números cuadren, pero sobre todo de triunfos y éxitos deportivos y de las alegrías colectivas consecuentes. Justamente lo que el Zaragoza que ahora languidece no ha conseguido y lo que el que está a punto de brotar debe convertir en su absoluta prioridad. Ese será el reto de Mas: hacer más Real Zaragoza con la fórmula extraviada del Real Zaragoza de siempre.