La 25ª jornada de Segunda

Espantoso Zaragoza. La crónica del Real Zaragoza-Ponferradina (0-0)

Un pavoroso equipo aragonés exhibe su mediocridad y falta de calidad ante la Ponferradina y se ancla al peligro

Bermejo se lamenta tras una ocasión fallada durante el partido.

Bermejo se lamenta tras una ocasión fallada durante el partido. / JAIME GALINDO

Jorge Oto

Jorge Oto

La lesión de Azón fue tan dolorosa que encogió el alma. Apenas rebasada la media hora de partido, el Real Zaragoza se terminó. La caída en combate del canterano fue un golpe demasiado fuerte para un equipo consciente de su dependencia del punta, cuya recaída hundió a un equipo tan frágil como vulnerable y cuya vulgaridad se acentúa sin él. 

Con Azón en el campo, el Zaragoza tuvo el balón y las oportunidades, pero, sobre todo, tenía sentido con dos puntas rápidos en constante búsqueda de la espalda de los centrales a través de balones largos. Sin él, todo fue miedo, imprecisión y caos. Un equipo pavoroso que da lástima. Una pena.

Porque el Zaragoza, este Zaragoza, solo se concibe desde la transición rápida. En el juego en estático no se encuentra. Se pierde. Así, corriendo, llegaron las mejores ocasiones para un equipo aragonés que a los tres minutos ya había probado fortuna a través de un disparo errático de Bermejo con la derecha tras recibir de un veloz Giuliano. El argentino rozaría el gol poco después con un remate con la punta de la bota tras un centro de Larra que se escapó a centímetros del poste izquierdo del marco defendido por Amir, que luego estaría avispado para salir al paso del enésimo envío largo hacia Giuliano para evitar una ocasión mayúscula.

El Zaragoza carburaba y crecía a través de su pareja atacante, al fin juntos casi cuatro meses después. Azón, en jugada personal, buscó la escuadra con un gran remate que se topó con la inspiración de Amir. Apenas unos minutos después llegó el drama. El aragonés se sentó en el suelo, un gesto que suele significar problemas graves. Bien lo sabía Giuliano, que, desesperado, se echó las manos a la cabeza . Su compañero del alma había vuelto a caer. Y con él, todo el Zaragoza.

Escribá encajó el sopapo con una decisión que advierte de la nefasta composición de una plantilla cogida con alfileres. En lugar de recurrir a Gueye, aquel delantero que se vendió como diferencial, el técnico apostó por dar entrada a Puche y reubicar a Mollejo en punta. Difícil decir tantas cosas con un solo movimiento y una sola medida. Tremendo este Zaragoza instalado en aquel caos que envolvió el diseño de un plantel con un extremo déficit de calidad.

En la reanudación, Escribá intercambió las posiciones de Puche, pero ni uno ni otro interpretaron bien su cometido. Tampoco Bermejo, perdido en su propia fragilidad. La esperanza era Giuliano y ese alma rebelde que le obliga a perseguir cualquier balón por difícil que sea. Como el que Nwakali entregó mal a su portero y que se topó con el olfato del argentino, pero su toque fue demasiado fuerte y se perdió por la línea de fondo cuando ya había conseguido esquivar al meta.

La Ponferradina tenía al rival y el partido donde quería y poco a poco fue mirando de cerca a Cristian, que no se inquietó cuando Naranjo disparó a la media vuelta. Tampoco Amir cuando a Mollejo le faltó un palmo para cabecear bien un centro de Giuliano.

Gallego olió sangre y recurrió a Yuri para jugar con dos delanteros y meter el miedo en el cuerpo a un Zaragoza cada vez más espantoso. Escribá respondió dando entrada a Luna por Larra y a Gueye, ahora sí, por un desastroso Mollejo. El plan ahora consistía en llevar el balón cuanto antes a los costados para ejecutar centros en busca de la envergadura del africano. Pero fue el más pequeño, Bermejo, el que más cerca estuvo del gol con una diagonal culminada con un disparo ajustado que se estrelló en el palo derecho de la meta leonesa. La Romareda, cada vez más harta de estar harta, se tiraba de los pelos.

Claro que todo pudo ser aún peor. Porque la Ponferradina dispuso de una clara ocasión con un cabezazo de Naranjo tras un saque de esquina que se estrelló en el larguero justo después de toparse con la mano mesiánica del de siempre: Cristian Álvarez, de profesión salvador de almas. A esas alturas, a dos minutos del 90, a La Romareda ya se le llevaban los demonios.

El partido estaba roto. El Zaragoza, desorganizado, se refugiaba en el desorden en busca de un premio entre el caos. No estuvo lejos, pero Gueye volvió a demostrar su desesperante falta de calidad al definir fatal un mano a mano con Amir invalidado después por un fuera de juego dudoso que hubiera obligado a intervenir al VAR en caso de acierto del senegalés. El partido murió entre el enfado de un zaragocismo que se consume ante tanta mediocridad. El frío es abrasador.

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