La 14ª jornada de Segunda

El Real Zaragoza se gana el perdón. La contracrónica del Real Zaragoza-Oviedo

Aun sin victoria, la mejor actuación del curso da crédito a Escribá y esperanzas al zaragocismo 

Es incomprensible que Sergi Enrich, que sabe bien de qué va esto, apenas hubiese jugado 102 minutos antes del duelo ante el Oviedo

Los jugadores zaragocistas celebran el tanto de Azón que finalmente no subió al marcador por fuera de juego de Francés.

Los jugadores zaragocistas celebran el tanto de Azón que finalmente no subió al marcador por fuera de juego de Francés. / ANDREEA VORNICU

Jorge Oto

Jorge Oto

Es prácticamente imposible acumular tantos méritos para ganar como los contraídos por un Real Zaragoza que lleva tiempo reñido con la fortuna. Toda aquella suerte que derrochó a comienzos de temporada, cuando los postes se aliaban con los aragoneses para vencer en cada batalla se ha convertido ahora en desgracia. Hasta 20 veces tiró el equipo blanquillo, que, esta vez sí, generó, creó y llegó. Fue mejor y volvió a merecer más que su rival. Como en Burgos o Gijón. Pero tampoco ganó. Los números mandan, sí, pero el Zaragoza ha vuelto, con todo lo que eso conlleva. La aseveración parece necia a tenor de la racha de dos meses sin ganar en casa y de la raquítica cosecha de 7 puntos sumados sobre los últimos 27 puestos en disputa, pero si, como parece, el Zaragoza ha reencontrado la senda correcta, el triunfo supondrá mucho más que los dos puntos perdidos.

Es cuestión de identidad. Cuando la racha era inmaculada y el equipo de Escribá paseaba por las nubes, todo era luz y color. El Zaragoza ganaba aun sin merecerlo, como en Cartagena, donde las señales de agotamiento fueron evidentes. Comenzó entonces un progresivo proceso de deterioro que sacó del camino a un equipo que fue perdiendo su identidad. Por el camino se iban cayendo piezas básicas, como Francho o Nieto. Y todo se torció para transformar por completo a un Zaragoza que se ha pegado dos meses vagando sin saber quién es, ni a dónde dirigirse. 

La aseveración parece necia a tenor de la racha de dos meses sin ganar en casa y de la raquítica cosecha de 7 puntos sumados sobre los últimos 27 puestos en disputa, pero si, como parece, el Zaragoza ha reencontrado la senda correcta, el triunfo supondrá mucho más que los dos puntos perdidos

Pero lo de este lunes debe suponer, aun sin victoria en el marcador, un cierre definitivo a aquella fase de indefinición y amargura que sumió al equipo y a la afición en la desesperación. De un tiempo a esta parte, las constantes vitales suenan con más fuerza para advertir que el enfermo parece reaccionar bien a la medicación. Pero los resultados mandan y el Zaragoza ha dejado de ganar incluso cuando más lo merece. De hecho, en los últimos encuentros ha acusado un pánico a la victoria que le ha llevado, a través de errores indignos de un equipo profesional y de canguelo agudo en los últimos minutos, a prolongar una depresión que, sin embargo, esta vez no acusó.

Porque fue, otra vez, ese Zaragoza atractivo, serio, sobrio y capaz. Volvió a cometer, eso sí, errores graves, de nuevo desde la portería, aunque, en esta ocasión, el castigo no llegó en forma de gol del rival. La Romareda, al borde de un ataque de nervios, volvió a sentirse orgullosa de un equipo radicalmente opuesto al que sufrió ante Alcorcón o Mirandés. Esta vez, el cabreo que se apoderó del aficionado cuando se marchó a casa fue por rabia. Porque el Zaragoza debió ganar y lo mereció. Porque fue mejor. Porque sometió a un rival que acabó pidiendo la hora. Ni rastro de aquella insoportable vulgaridad que condujo a Escribá cerca del abismo. Fue, seguramente, el mejor Zaragoza del curso.

Este es el camino. Eso sí, se impone dar continuidad a lo mostrado porque, en caso contrario, volverán los fantasmas, las dudas y el miedo. Para evitarlo, convendría conceder más relevancia y protagonismo a futbolistas que saben de qué va esto. Jugadores como Sergi Enrich, un profesional de los buenos que, incomprensiblemente, apenas había jugado 100 minutos antes de derrochar pundonor y fútbol. O Vallejo, al que se le exige un paso más porque puede marcar diferencias. O el indispensable Francho. Con todos ellos, será más fácil no volver a salirse del camino correcto.