La 19ª jornada de Segunda

Ese Zaragoza bueno. La contracrónica del Espanyol-Real Zaragoza

El equipo aragonés ha recuperado seguridad para volver a mirar a los ojos a los mejores de la categoría

Hay carencias que solo solventará el mercado, pero la mejoría es evidente

Mesa, Francés y Marc recriminan a Calero su entrada sobre Valera mientras el árbitro expulsa al defensa del Espanyol.

Mesa, Francés y Marc recriminan a Calero su entrada sobre Valera mientras el árbitro expulsa al defensa del Espanyol. / VALENTÍ ENRICH / SPORT

Jorge Oto

Jorge Oto

El Real Zaragoza era mejor de lo que parecía. Mucho mejor. La entidad de sus futbolistas y la coherente composición de la plantilla invitaban a situar al equipo aragonés en una zona bien alejada de la mediocridad de los últimos cursos. Y, desde luego, con más aspiraciones y con la enjundia suficiente como para salir adelante cuando vinieran mal dadas. En ninguna cabeza cabía que este Zaragoza fuera capaz de conseguir un solo triunfo en doce partidos. Pero pasó y le costó el puesto a un Escribá superado para devolver la congoja, la desazón y el desconcierto a un zaragocismo al que se le acumulan las heridas en un cuerpo tan maltrecho como su alma.

Velázquez fue el elegido, sobre todo, por su liderazgo en un vestuario dulce y bonachón pero sin sangre en los ojos ni puños cerrados. Y da la sensación de que el plan del técnico se está cumpliendo paso a paso. Y el primer punto del manual es convencer a su equipo de que, efectivamente, es bueno.

Seguramente, lo mejor que ha hecho el salmantino desde que llegó es rescatar la solidez, el orden y la seguridad perdidos. Cuando el técnico se hizo con los mandos, el Zaragoza era un manojo de nervios. Un alma en pena que deambulaba al borde del abismo sumido en una profunda crisis de identidad que le convertía en presa fácil para cualquiera. Alcanzó el equipo aragonés tal grado de vulnerabilidad y fragilidad que se deshacía en pedazos al menor toque.

Transformar aquel Zaragoza en un equipo sobrio, serio y seguro era, pues, la principal tarea del técnico salmantino, consciente de que la misión era tan compleja como necesaria para recuperar, a su vez, la autoestima perdida. Y la instauración de los tres centrales, un dibujo demasiado denostado en los últimos años, ha supuesto una valiosa ayuda para que aquellos futbolistas inseguros y blandos hayan vuelto a confiar en sí mismos.

Porque el Zaragoza ya vuelve a mirar a los ojos a todos. También a los más poderosos de la categoría. Se acabó lo de agachar la cabeza y mirar al suelo. El Espanyol, fuerte entre los fuertes, no fue mejor que un equipo aragonés beneficiado por la expulsión de Calero pero que se hizo acreedor a un triunfo para que el hizo más méritos un Zaragoza que ya fue mejor que el Leganés, líder, hace seis días y que progresa adecuadamente.

Velázquez sabe lo que hace. Y lo aplica con criterio. Su reacción tras la roja fue meditada pero rotunda. Como mandan los cánones, la mejor forma de atacar a un rival en inferioridad es abrir el campo y buscar dos contra uno en banda, pero es ahí donde surge un problema que escapa al técnico y que solo el mercado de enero podrá solventar: la falta de extremos puros con capacidad para encarar, desbordar y centrar. Valera lo hizo en la izquierda pero en la derecha solo está Gámez, el lateral sobre el que recae toda la responsabilidad de aportar profundidad en esa zona. Y el valenciano lo hizo bien, pero siempre se las tiene que apañar solo.

El Zaragoza de Velázquez es serio. Ya aguanta la mirada y sostiene el pulso. Porque ha recobrado el suyo.