La 29ª jornada de Segunda

Moverse, maños, moverse. La crónica del Real Zaragoza-Amorebieta (0-1)

Un infame Zaragoza pierde ante el colista en la última jugada del partido y La Romareda exige la cabeza de un Velázquez superado por una situación insostenible

Velázquez saluda a Toni Moya al final del partido.

Velázquez saluda a Toni Moya al final del partido. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

Jorge Oto

Jorge Oto

La situación es insoportable e insostenible. Así lo entiende La Romareda, implacable cuando dicta sentencia y exige cabezas. Y la de Velázquez pende ya de un hilo tan fino como difícil es la situación en la que quedan los responsables de la contratación del enésimo técnico devorado por su propia mediocridad. La misma que un Zaragoza que cuanto más pequeño se vuelve, más grande le viene a más gente. Una derrota en el último segundo ante el colista obliga a tomar decisiones cuando un equipo huele a muerto. Y este Zaragoza, en pleno proceso de descomposición, exige desterrar el inmovilismo y actuar. Ya.

Porque lo de este domingo no fue un accidente. De hecho, desnuda las vergüenzas de un equipo reincidente que ya venía de la nada en Villarreal y de otra sonrojante derrota en casa ante un equipo con diez durante una hora que, como el Amorebieta, también se encuentra luchando por sobrevivir. Un escenario del que el Zaragoza, por cierto, está cada vez más cerca.

Y cuando el fútbol habla lo hace alto y claro. El gol de Morci en la última jugada de un partido infame plagado de decisiones ridículas viene a advertir que, llegados a este punto, ya no hay sitio para contemplaciones ni para la condescendencia. La paciencia, esa a la que se apela continuamente desde la zona noble, se ha agotado. Ese tanto ejerce de la puntilla más cruel para un entrenador superado y desbordado.

Hasta ese punto, el Zaragoza había sido el de casi siempre. Un equipo desastroso, sin un plan ni ruta por la que transitar hacia alguna parte. Un equipo mal parido desde que a su entrenador se le antoja buena idea jugar ante el colista con tres centrales y sin delantero centro. Decisiones que, tradicionalmente, han costado caras en una Romareda que no consiente semejantes afrentas y que solo adquieren legitimidad cuando la hoja de servicios de quien las toma está envuelta en medallas y honores. No es el caso. 

Así que el encuentro nació ya bajo sospecha. El Amorebieta, que renunció a los tres centrales para disponer un 4-2-3-1 con sentido, afrontó el envite con el anzuelo listo para pescar en río revuelto. Para ello, claro, se requiere esa paciencia que el Zaragoza y Velázquez no se han ganado. La Romareda, cuya mayor ovación en toda la tarde fue para la ganadora y el finalista de Operación Triunfo y para el niño que acertó a marcar en el juego del descanso, esperaba buenas noticias.

Pero el ritmo cansino de los suyos provocó que los primeros pitos asomaran antes de los diez primeros minutos. Justo después de que el bullicioso Dorrio rozara el gol tras una indecisión de Lluís López en el despeje. Un doble acercamiento de Morci rondando la primera media hora aumentó los decibelios en una Romareda que solo degustó algo decente cuando Mesa peinó un balón para que Mollejo estrellara en Campos un mano a mano.

La bronca al descanso castigaba la incapacidad de un Zaragoza desastroso e incapaz ante un Amorebieta que se retiraba al vestuario consciente de que el plan y el partido estaban exactamente donde había planeado. 

Velázquez, como viene siendo habitual, cambió de esquema al descanso y recurrió a Azón en sustitución del lesionado Francho para disponer un 4-2-3-1 en el que Francés ejercía de lateral zurdo, pero nada cambió. El Zaragoza, más esforzado en la búsqueda de la combinación por dentro, se estrellaba una y otra vez contra la muralla de un Amorebieta con tres centrales y que nunca sufrió acoso alguno por parte de un equipo aragonés sin recursos ni aportaciones desde el banquillo más allá de la entrada en escena de Enrich por Mesa.

Mediada la segunda mitad, los gritos arreciaban, ya con el palco en el punto de mira de varios aficionados que no aguantaban más. Otros optaron por irse a casa a falta de veinte minutos para el 90 mientras la grada de animación pregonaba a los cuatro vientos su hartazgo.

Velázquez, como suelen hacer los técnicos superados, tiró de un chaval (Terrer) para que esos pitos se volvieran aplausos pero el esperpento no tardó en devolver los gritos en una Romareda que suspiraba por una ocasión aunque fuera más como consecuencia de orgullo que de fútbol. Pero nada.

Francés y Terrer, dos chicos de la casa, probaron suerte a media distancia poco antes de que Morci, de falta y en la última jugada del choque, desatara la tormenta. Aquel Moverse, maños, moverse de comienzos de temporada vuelve ahora. Pero con un sentido totalmente opuesto. Se acabó el baile.