El año 1707 fue uno de los más importantes de la Guerra de Sucesión Española y sin duda también lo fue para la historia de nuestra tierra. Un territorio que era una entidad política nacida allá por el siglo IX bajo el paraguas del reino de los Francos y que con el tiempo se transformó desde un pequeño condado de los valles pirenaicos a un poderoso reino cuyo nombre sería la cabeza de una de las entidades políticas más apasionantes del medievo: la Corona de Aragón. Sin embargo, la muerte sin herederos de Carlos II de Habsburgo el 1 de noviembre del año 1700 propició una serie de acontecimientos que acabarían con esta larga trayectoria y con uno de los reinos que conformaban ese Estado compuesto de diferentes reinos y entidades como era la Monarquía Hispánica.

Dada la mala salud del monarca y su incapacidad para tener hijos, la sucesión del que era todavía uno de los Estados más poderosos del mundo fue una cuestión que consumió los esfuerzos políticos del resto de potencias europeas. Carlos II nombró heredero a José Fernando de Baviera, pero este murió tempranamente en 1699, por lo que el monarca nombró como heredero en un nuevo testamento a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia y de María Teresa de Austria, hermanastra del propio Carlos II.

En la Monarquía Hispánica había partidarios de la entrada de la dinastía borbónica logrando así la alianza de la ya por entonces mayor potencia de Europa, la Francia del Rey Sol, mientras que otros preferían haber seguido con un miembro de la dinastía de los Habsburgo. Pero se eligiera la opción que se eligiera, Europa estaba al borde de una guerra, ya que el resto de potencias no iban a permitir tanto que los Borbones como los Austrias establecieran una gran alianza que pusiera en peligro el equilibrio de poderes del continente.

De esa forma estalla la guerra en el año 1701, un conflicto que tuvo carácter internacional pero también de guerra civil, ya que en la propia Monarquía Hispánica había sectores a favor de cada uno de los bandos que se fueron formando. A Felipe V de Borbón se le unieron las pretensiones al trono del archiduque Carlos de Habsburgo, quien se consideró a sí mismo como Carlos III apoyado fundamentalmente por ingleses, austriacos y holandeses y a quien más tarde se unieron Portugal y Saboya.

En un primer momento, los Estados de la Monarquía Hispánica habían jurado lealtad a Felipe V, incluido el Reino de Aragón, aunque siguieron existiendo muchos opositores que dudaban de que el nuevo monarca siguiera las antiguas costumbres de gobierno bien diferenciadas de las de Castilla en los territorios de la Corona de Aragón, que respetara los distintos fueros y que no quisiera imponer un modelo de gobierno plenamente absolutista y centralista como su familia ya venía haciendo en Francia.

En el año 1704 los austracistas intentaron desembarcar en Barcelona pero fracasaron, a lo cual siguió una violenta represión en este territorio por parte del virrey borbónico Francisco Antonio Fernández de Velasco. Aprovechando el descontento por la situación, los ingleses buscaron apoyos a Carlos III en Cataluña, que acabaría por rebelarse a lo largo del año 1705 y situándose en la órbita austracista. Gracias a esto, los ejércitos de Carlos III desembarcaron en la zona y se hicieron con la costa levantina desde Barcelona hasta Valencia, mientras que el propio avance austracista desde Portugal hizo que Felipe V tuviera que abandonar Madrid. Ante esta situación, el Reino de Aragón acabó proclamando el 29 de junio de 1706 a Carlos III de Habsburgo como rey, pero no tanto por verdadero convencimiento sino por no tener un ejército propio y ver como imparable el avance desde Cataluña y Valencia de los austracistas. Tan sólo Jaca y Tarazona se mantuvieron fieles a Felipe V de Borbón, aunque en realidad hubo muchos matices en las fidelidades a uno u otro bando a lo largo y ancho del reino.

La siguiente fecha clave es el 25 de abril de 1707, día en que se libra la Batalla de Almansa (provincia de Albacete) y en la que los ejércitos borbónicos vencen sin paliativos a los austracistas. Esta victoria dejó el camino libre a las fuerzas de Felipe V que se hicieron de nuevo con el control de los reinos de Valencia y Aragón, por lo que el monarca aprovechó la situación y por derecho de conquista estableció el 29 de junio de 1707 el Decreto de Nueva Planta que eliminó todos los fueros, cargos privativos e instituciones de gobierno del reino aragonés, convirtiendo a todo este territorio en una mera provincia gobernada por el Consejo de Castilla y por sus leyes.

Se acababa así con la identidad política propia de un territorio que la había mantenido prácticamente durante 9 siglos, en los cuales había conformado sus propios usos y costumbres y un sistema político basado en el pactismo entre el propio reino y los monarcas, controlando el poder absoluto de estos últimos siempre bajo la vieja premisa nacida de la leyenda del Reino de Sobrarbe, según la cual, «en Aragón antes fueron leyes que reyes».

Aún hubo un último intento allá por 1710, cuando las tropas de Carlos III vencieron a las de Felipe V precisamente en la Batalla de Zaragoza o de los Montes de Torrero. Carlos de Habsburgo reinstauró los viejos fueros e instituciones aragonesas, pero esto tan solo fue un pequeño espejismo de unos 4 meses hasta que la causa borbónica recuperó el terreno perdido. Al año siguiente, Felipe V suavizó el decreto manteniendo los fueros de legislación civil, aunque siempre y cuando no entraran en conflicto con los intereses de la Corona. Aragón era ya una provincia del nuevo modelo centralista que los Borbones dieron para España.