Francisco Expósito Expósito nació en el pueblo granadino de Izbor, pero su familia acabó residiendo, por trabajo, en la localidad oscense de Barbastro. Trabajaba de albañil, pero pronto se hizo conocido entre los lugareños por su extraño fetiche: cortar bragas de los tendederos de las viviendas. De ahí recibió el mote de El rompebragas, nombre que acabó por engrosar la historia criminal de Aragón, ya que en enero de 1990 asesinó a cuchilladas a una monja del Colegio San Vicente de Paúl. Un año antes violó el cadáver de una joven. Llevaba tan solo dos días enterrada. Pero no fueron sus únicas víctimas, tiempo antes persiguió a una joven por las calles de este municipio perteneciente a la comarca del Somontano, para violarla. Tenía 38 años. 

Expósito era exhibicionista delante de niñas y mujeres. Su primer delito por el que fue condenado se produjo cuando cometió el primer allanamiento de una vivienda. Pronto fue añadiendo delitos como el de robo o uno mucho más grave de violación y homicidio frustrado. Llegó a cumplir 6 años de prisión por intentar agredir sexualmente a una muchacha, quien salvó la vida al tirarse a un canal y hacer ver que había muerto. La joven hacía autoestop para regresar de las fiestas de Barbastro a su casa de Castillazuelo, distanciados por 7,8 kilómetros, es decir, a 12 minutos en coche por la A-1232. 

Posteriormente cumplió ciento quince días de arresto por intentar agredir a un vecino de Barbastro. Pero nada le hizo parar pues en 1989 profanó la tumba de una chica de 28 años que llevaba tan solo dos días enterrada. 

El propio Expósito lo reconoció. Era una madrugada del 16 de marzo cuando El rompebragas se introdujo en el camposanto de Barbastro por la tarde, donde se escondió hasta que lo cerraron. Una vez dentro cogió herramientas propias del cementerio para abrir una tumba y sacó a la muchacha a la que violó. 

En aquel momento fue sometido a un peritaje psiquiátrico que concluyó que este hombre tenía «una deficiencia al límite de la normalidad que, sin embargo, le permite distinguir entre lo que está bien y lo que esta mal». El juez que vio el caso recomendó su internamiento en una unidad de agudos por la profanación, si bien el 30 de noviembre de ese mismo año fue puesto en libertad. La siguiente vez que se sentó en el banquillo fue por el asesinato de María Oroz, de 70 años. Una religiosa que era la portera del colegio San Vicente de Paúl de Barbastro. Era 7 de enero de 1990, momento en el que en el internado solo había monjas, pues las niñas que ahí se alojaban y realizaban sus estudios estaban en las vacaciones propias de las fechas navideñas. 

No había alumnas en el internado

Rompió la valla de acceso al centro con un martillo y varias piedras. Se adentró en el interior del colegio armado con un cuchillo mientras profirió gritos obscenos y amenazas que pronto perturbaron la paz en la que estaba la comunidad de religiosas. Eran sobre las 06.00 horas. 

Todas salieron a la vez al pasillo, donde se reunieron, si bien pronto se metieron en sus habitaciones al ver una sombra que se agachaba. Les dio justo tiempo para avisar a la Guardia Civil e introducirse en sus celdas. Cinco prefirieron permanecer juntas, entre ellas sor María Oroz. Esta, por aquello de ser la responsable de la portería, fue hacia el ruido de un reventón de una puerta. Pronto sus compañeras escucharon las súplicas de la víctima para que no le matara, que tuviera misericordia de ella. A Expósito le dio igual y la cosió a puñaladas. Tenía 69 años. 

Pero pudo haber sido peor. El rompebragas recorrió el resto del pasillo, hirió en el tórax y espalda a la hermana Pilar, llegando a forzar después una habitación en la que se habían metido tres religiosas. Ahí hubo un forcejeo en el que sor María Josefa consiguió arrebatarle el arma homicida. Le preguntaron:«¿Qué quiere usted, dinero?», pero la respuesta fue: «¡El coño!». Entre todas consiguieron reducirle hasta la llegada de los agentes del instituto armado que le detuvieron. Un arresto que no fue fácil para los agentes, puesto que agredió a varios de ellos. 

Un relato de hechos que conllevaron una pena de 37 años de prisión que le impuso la Audiencia Provincial de Huesca. Fue condenado por un delito de robo con homicidio y por atentado a la autoridad, si bien Expósito aseguró en el juicio que no se acordaba de nada. 

Enfermo desde los 14 años

En ello se apoyó su abogado defensor, Saturnino Bestué, quien insistió en todo momento en el problema de salud mental de Expósito, añadiendo que «llevaba enfermo desde los 14 años y que sufrió falta de cariño familiar y marginación social». De hecho, El rompebragas espetó durante la vista oral:«No sé lo que me pasa en la cabeza, lo que sé lo he visto en la televisión o periódicos». 

En la sentencia, el tribunal aceptó que el encausado sufría una psicopatía que pese a todo le hace responsable de sus actos y que tenía una inteligencia superior a la debilidad mental. Una tesis que avalaron seis psiquiatras que coincidieron en el diagnóstico. 

Francisco Expósito Expósito cumplió en los penales de Huesca, El Puerto de Santa María, Teruel y, sobre todo, en El Dueso, en la localidad cántabra de Santoña. Estuvo entre rejas durante 19 años y en abril de 2009 volvió a Barbastro poco antes de cumplir los 60 años. Fue a vivir a casa de un familiar, el único que le quedaba en el municipio altoragonés, generando preocupación entre la población. Lo cierto es que no reiteró su actitud delictiva. 

Según fuentes penitenciarias extraoficiales, durante su estancia en la cárcel no participó en talleres, ni recibió ningún tratamiento especial ya que estos son de carácter voluntario. Era una persona «solitaria y marginal» que apenas se ha relacionado con otros presos, que lo consideraban poco comunicativo y antisocial. 

De hecho, durante el juicio, solo se mostró violento con los medios de comunicación que lo cubrieron. Llegó a insultar a los fotógrafos culpándoles de todo.