CASO ABIERTO I ASESIN@S NAT@S

El crimen del mendigo de Zaragoza y el niño fugado que apareció mutilado

Pedro José Barrio asesinó a un chico de 15 años que se había fugado de su casa y fue condenado a 20 años

Pedro José Barrio siempre se tapó la cara para no ser reconocido. A lado, la nave escenario del crimen.

Pedro José Barrio siempre se tapó la cara para no ser reconocido. A lado, la nave escenario del crimen. / GALINDO / LOSADA

Manuel, de 15 años, llevaba desaparecido siete días cuando fue hallado muerto y mutilado en una nave del camino de Las Torres de Zaragoza, donde actualmente se erige un céntrico tanatorio. Era 1994. Su madre había denunciado su fuga de la vivienda familiar de Calatayud. Quien le encontró, un mendigo que dormía en dicho lugar acabó detenido y condenado por asesinato. Era el riojano Pedro José Barrio Oliva, que reconoció que trató de descuartizarlo, pero que no pudo. Le seccionó una oreja y la tiró al río Huerva.

El entorno del adolescente destacaba su inocencia, su introversión y que se dejaba convencer por cualquiera. No estaba a gusto en ningún sitio, lo que le llevó incluso a recorrer centros tutelados de menores de los que también huía. Medía 1,95, lo que hizo que formara parte de un programa para impulsar a jóvenes a jugar baloncesto, pero ni eso le llamaba la atención. El 15 de febrero sus seres queridos dejaron de saber dónde estaba, teniendo noticias, las peores, el 21 de febrero.

Su cadáver apareció sobre un colchón en el número 77 de esta avenida zaragozana. Estaba desnudo de cintura para abajo, presentaba golpes en el cráneo realizados con algún tipo de piedra y tenía seccionadas una oreja, un dedo de la mano, además de un corte en el muslo.

Pronto el Grupo de Homicidios de la Jefatura Superior de Policía de Aragón sospechó del indigente que vivía en esta nave, a la que había llegado tras pasar años durmiendo en el parque Grande José Antonio Labordeta. Era el único que tenía la llave que abría el portalón del inmueble. Finalmente, Pedro José Barrio fue detenido al día siguiente de la aparición del cuerpo sin vida del menor.

Un arresto que sorprendió entre los vecinos de la zona que le conocían por su amor por los libros. De hecho, muchos se los daban en mano o se los dejaban en la entrada de la nave. Era frecuente verle fantasear por la calle con las historias que leía.

Pero ¿por qué lo mató? Los agentes encargados de la investigación trataron de averiguar si víctima y homicida se conocían y, de ser así, qué relación tenían entre ambos, pues el criminal tenía 40 años. La aparición de restos de semen junto al cadáver llevó a los policías a determinar la hipótesis sexual.

"Si hombre, como tengo doble personalidad, mientras me estaba comiendo un pincho de tortilla en un bar, lo estaba matando"

El propio asesino aseguró que conocía al menor desde hacía unos dos años y que aquel día el chico se lo encontró por la calle y le preguntó por qué tal iba el parón (término con el que denominan en el argot de los indigentes a la mendicidad callejera». Barrio Oliva le contestó que pasaba de pedir en la calle y que antes de eso prefería sustraer carteras o relacionarse con hombres.

Durante la conversación, según el criminal, el joven de 15 años le planteó la posibilidad de quedarse a vivir con él en la casa y llevar también a un amigo. Barrio Oliva se ofuscó y se marchó. Dijo no saber nada del propio asesinato, achacándolo al consumo de alcohol.

Este relato difería de la inspección ocular realizada por la Policía Nacional en la que los agentes no encontraron indicios de que previamente al crimen se hubiese librado una pelea, ya que todo estaba en orden. La idea que mantuvieron fue que la víctima se encontraba dormida en el colchón cuando el asesino cogió un ladrillo y se lo estampó repetidas veces en la cabeza de la víctima. La autopsia descartó que el joven hubiera sido violado, pero sí un intento de estrangulamiento.

Un año después se celebró el juicio en la Audiencia Provincial de Zaragoza. Pedro José Barrio Oliva se sentó en el banquillo con una petición de la Fiscalía de una condena de 20 años de prisión. Ante los magistrados, este hombre no dio ninguna muestra de arrepentimiento.

La crónica entonces publicada por este diario señalaba que desde que entró en la sala de vistas hasta que la abandonó solo tuvo un momento de debilidad y lloró. Fue cuando recordó la desgraciada caída de la mujer con la que convivió desde hace más de diez años. Estaba embarazada de seis meses y un día resbaló y se clavó unos cristales en el vientre lo que les provocó la muerte.

Le cortó una oreja y la tiró al río

Acudió al juicio con el libro Chantaje en Oriente en el bolsillo para destacar que leía «bastante». «Sé que en las muertes por estrangulamiento se produce una erección y una secreción seminal», dijo para justificar que no había sodomizado al menor.

A lo largo de su declaración mostró entereza e incluso cinismo. Llegó a espetar: «Si hombre, como tengo doble personalidad, mientras me estaba comiendo un pincho de tortilla en un bar, lo estaba matando». Y es que durante el juicio no confesó el asesinato de Manuel, al que conocía como Javi, si bien explicó que habían mantenido relaciones sexuales. «Sólo cuando nos conocimos, porque yo soy muy maniático y solo tengo relaciones con la misma persona una vez, luego me da asco», afirmó.

Según explicó, el adolescente le amenazó con prender fuego la casa cuando él estuviera dentro, tras rechazarle que pudiera vivir allí junto a un amigo. El acusado señaló que tras esa discusión se marchó a un bar y fue cuando llegó cuando se lo encontró tumbado, cubierto con una alfombra y la cara llena de sangre.

«Le hice el boca a boca, pero no reaccionó. Entonces pensé en que si llamaba a la Policía nadie me iba a creer y lo dejé allí», aseveró, mientras explicaba que trató de deshacerse del cuerpo. Primero con una navaja y luego con un machete. Le cortó el dedo de la mano derecha y una oreja que tiró al río Huerva. También le practicó un corte profundo en el muslo, pero no pudo continuar con la idea de descuartizar el cadáver.

La falange la envolvió en papel de periódico y se la enseñó a otro vagabundo, conocido como el Asturiano. Un día después de cometer el asesinato, llamó al 091 y les dijo que había encontrado un muerto.

El 22 de febrero de 1995 le notificaron la sentencia al criminal. El tribunal provincial le condenó a 20 años de cárcel por el delito de asesinato, tal y como solicitó el fiscal, si bien le absolvió de un delito de profanación del cadáver. Los magistrados tuvieron en cuenta la eximente incompleta de enajenación mental, pese a que había actuado con alevosía y prevalimiento.