En medio del solar de granito que es la plaza del Pilar, cada sábado brota un vergel en forma de mercadillo de productos traídos directamente de la huerta. El olor del centro de la ciudad muta y se convierte en fresco y el aroma de la verdura inunda el ambiente. La culpable es la muestra agroecológica de Zaragoza, un conjunto de puestos ambulantes en los que agricultores y productores ecológicos ofrecen una vez a la semana sus frutos, cosechados siempre el día de antes.

«Esto es un lujo, todo es fresco», explican desde la coordinación de la muestra, que es eso, una muestra y no un simple mercadillo porque, además de comprar, los clientes tienen la oportunidad de conocer cómo trabajan los agricultores sus huertas. No hay intermediarios. Del campo a la cesta en un día. Los que venden son los mismos que los que siembran y recolectan. «Somos productores con muy pocas hectáreas cada uno, dos o tres, y la única vía para que eso sea rentable es la venta directa. Si tuviéramos que vender al por mayor a 30 céntimos el kilo no sería rentable», explica el presidente de la asociación que agrupa a estos detallistas, Rafael Gutiérrez.

Normalmente por la muestra pasan entre 1.600 y 1.800 personas, aunque todo depende de cómo salga el día, si llueve o si «hace una ventolera» de esas tan normales en Zaragoza. Son habitualmente unos 25 puestos en el recinto, aunque todo depende de la temporada: «Cuando no hay naranjas en el campo el que vende naranjas no viene. Y cuando no hay limones no viene la de los limones», explican los responsables del mercado, unas instalaciones que llevan ya 12 años ofreciendo sus productos cada sábado.

Nadia y Rubén, por ejemplo, traen los productos que venden de su huerto de Mallén. Ecoverduricas es el nombre de su puesto, al que llevan acudiendo ya desde hace siete años. «La experiencia es muy positiva aunque es más trabajo para nosotros. Ya no solo tenemos que ser agricultores sino que también tenemos que tratar con el cliente. Pero lo bueno es que se genera un vínculo de mucha confianza: si las cosas están buenas te lo dicen y si un día no les ha gustado también. Y tú intentas compensárselo al día siguiente», explica él. En su mesa caben todo tipo de verduras y hortalizas. «Ahora estamos ante un cambio de temporada. Estamos trayendo lo último que nace ya en verano y pronto ofreceremos productos de otoño, como uvas, higos, coles, borraja...», dice. «Este tomate que ves aquí lo cogí ayer. No ha pasado por cámara ni ha estado almacenado, eso les hace perder sabor», añade orgulloso.

Pero no todo son frutas y verduras. Samuel y Carol, por ejemplo, venden los huevos que ponen sus 3.000 gallinas (que viven al aire libre) en Peñaflor. «Diez años llevamos nosotros», cuentan. «Y yo vengo desde el principio», dice un cliente mientras se lleva un paquete de 24. «Hoy hemos traído 420 docenas y hay veces que traemos más. Y también nos ha pasado que tenemos que irnos antes de que acabe la muestra porque nos hemos quedado sin producto», explican ambos.

«Ha habido un repunte de interés en los huevos ecológicos», reconocen, a sabiendas de que la gente cada vez busca más cuidar el bienestar animal y productos menos industrializados, como los de antes. «Los que prueban estos huevos se hacen fijos en el puesto y vienen siempre», comentan mientras siguen vendiendo.

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Y además de frescos también hay productos elaborados, como harinas o repostería ecológica. La vende el puesto La casa de la abuela, al frente del cual está Cristina Morón. «No lleva conservantes ni colorantes. Lo hacemos nosotros y lo traemos», cuenta. ¿Y qué hay de los precios? «Es más caro irremediablemente porque la materia prima es más cara. Esto lleva productos naturales, sin aditivos. De una harina industrial hay un kilo de producto por cada diez kilos de materia», explica.

Asimismo, además de los puntos de venta, en la muestra agroecológica también ofrecen cursos y talleres para acercar a los visitantes a un modelo de consumo más sostenible. Este sábado, por ejemplo, aprovechando la celebración de la semana contra el desperdicio de alimentos, se ha realizado un taller que ayuda a planificar la compra y los menús, así como también la organización en la despensa, para evitar tirar comida. «Yo vengo siempre que puedo. No compro mucho, pero es entretenido y todo lo que me llevo merece la pena», sentencia una paseante, María José Ballester.