Abrir un negocio cinco meses antes del inicio de la pandemia, no es el mejor augurio. Así, contra las peores circunstancias, echó a rodar Insolente, un ‘deco-bar’ zaragozano muy llamativo por su decoración y sus elaboraciones. Se encuentra en el número 10 de la calle La Paz de la capital aragonesa y ha sabido “capear el temporal” y salir adelante en un contexto muy desfavorable. Para colmo Miriam, su dueña, ha pasado estas navidades confinada por su positivo en covid de Nochebuena y el bar no abrirá sus puertas hasta el 3 de enero. Espera que con el arranque de un nuevo año llegue la vuelta a la normalidad para su establecimiento tras casi “dos años sin continuidad”.

“El nombre de Insolente me lo inventé tal cual. He querido llamar así a mi negocio por ser novedoso, rompedor. El bar es un reflejo mío, de cómo soy, y yo estoy contenta de que la gente lo pueda ver”, cuenta Miriam. Este bar fue su oportunidad para entrar en el mundo de la hostelería, un sector por el que había pasado su familia pero no ella. Antes, había puesto en marcha otro local en el barrio de La Magdalena de Zaragoza en 2017. Una primera experiencia para plasmar su estilo a través de elementos como la decoración que ahora caracterizan a Insolente. Aunque no terminó de salir bien, sirvió como punto de partida para ella.  

Batigofres SERVICIO ESPECIAL

Para la decoración cuenta también con ayuda de amigos o conocidos, en forma de exposiciones o elementos prestados por “clientes que se hacen amigos y colaboran”. En las paredes del local, cuadros, mensajes de todo tipo, fotografías... cualquier cosa vale para dar colorido a este particular espacio. En su llamativa fachada aparece incluso una virgen con alas y cabeza de animal.

La fachada del bar Insolente SERVICIO ESPECIAL

En el bar, el producto más demandado son los batidos de colores, la gente “va por ellos” al local. “No me parecen nada del otro mundo pero al final la gente los puede pedir con lo que quieran (desde trozos de tarta hasta donuts o gofres) y llaman un montón la atención”, dice su dueña.  Se han convertido en un reclamo gracias a las redes sociales y el boca a boca de los clientes en el barrio, que “también sirve”. Miriam lleva las redes “a su marcha”, sobre todo Instagram, pero es consciente del escaparate que supone para el bar. “En el primer confinamiento tenía 600 seguidores y ahora más de 9.000”, recuerda.

Que Insolente no sea “un bar normal” y la ayuda de las redes ha permitido que el negocio siga adelante pese a la pandemia y otros contratiempos como que les robaran “dos veces” en 2020. De lo contrario, “tendría que haber cerrado hace tiempo”. “Llama la atención, a mí me gusta y la gente siempre ha respondido”, asegura. Un balance “positivo” en el que sintetiza el espíritu del bar, y que prioriza el reconocimiento de “su trabajo” a “hacer grandes cajas”.