Diecisiete jornadas restan y el Zaragoza ha dicho adiós a casi cualquier esperanza de seguir en la élite. La fe en el milagro, por difícil que pareciera, tuvo con la justa derrota ante el Rayo su muerte clínica, un varapalo durísimo para quien mantuviera alguna tímida creencia en la posibilidad de revertir la trágica situación. El panorama, lejos de aclararse de forma mínima, tomó un intenso color negro de tal manera que hizo que la afición apenas ni protestara al final, salvo un pequeño grupo que increpó después a los jugadores. Quien más quien menos asume el inevitable descenso, por mucho que las matemáticas digan que restan 51 puntos. Este equipo es incapaz de semejante hazaña, de revertir un panorama que le señala de forma clara y concisa el Infierno tras 14 jornadas sin ganar y a 10 puntos de la salvación.

La atrocidad de club que ha generado Agapito Iglesias, ayer ausente de nuevo en el palco, tiene fiel reflejo en el campo. El partido que soltó el Zaragoza fue, de nuevo, indigno, sobre todo en la segunda parte, donde se diluyó físicamente como un azucarillo ante un Rayo que tiene un plan y que lo ejecuta bien. Un gol de Postiga en la primera parte dio ventaja a un equipo ansioso, nervioso y sin fútbol, pero la renta no generó tranquilidad a un Zaragoza que había dado mejor impresión en los últimos encuentros y que volvió a mostrar su cara más gélida, su rostro cadavérico que le va acompañando desde hace meses. La impresión que queda es que solo hay que ponerle fecha definitiva al funeral...

Jiménez apostó por un once ofensivo, con dos puntas y un rombo en la medular. El equipo se quedó solo en el arreón inicial y vivió partido en dos gran parte del choque, ya que la medular fue un abismo donde Dujmovic se perdió y Apoño, Micael y Luis García apenas aparecieron. En el caso de los dos últimos no es ninguna novedad. El problema se capeó mal que bien mientras Aranda, el mejor zaragocista, fijó a los centrales y generó inquietud en la defensa rayista. Cuando el punta madrileño dejó el césped en la segunda parte y el fuelle físico zaragocista no dio para más, el Rayo, capitaneado por Diego Costa y Armenteros, engulló al Zaragoza como un niño devora una golosina. Sin casi despeinarse y en el último cuarto de hora, el Rayo mandó a la lona con dos golpes a un rival que ya deambulaba sobre el césped. Diego Costa y Michu entregaron el certificado de defunción mientras Sandoval, después de su lección táctica y de fútbol, trataba de animar a los jugadores zaragocistas al final.

Sus rostros en ese momento y el de Jiménez en sala de prensa o en el banquillo eran la viva imagen de la impotencia. La cara de cualquier aficionado que sienta los colores zaragocistas, que ayer pitó a Agapito y le pidió que se vaya porque quiere lo mejor para su equipo, solo puede ser muestra del tremendo dolor que supone contemplar a un Zaragoza roto, destrozado y que camina hacia el abismo con un paso firme. Agapito hace tiempo marca ese desfile y con él está condenado a todo el zaragocismo.

Jiménez ha traído más fe al grupo, que quiere competir mejor, pero al que le devoran sus urgencias. Aun así, el técnico no estuvo fino ayer. El Zaragoza se le rompió en dos, debió arropar al equipo más tras el gol de Postiga y la entrada de Mateos solo empeoró a Dujmovic, lo que ya era difícil. Sin victorias, a Jiménez, el menos culpable de todos, se le van a agotar las respuestas. Se diría que ya se le han agotado.

El Rayo bailó al son de Movilla, creció cuando Armenteros entró por Trashorras y fue a por el triunfo cuando por fin tuvo un delantero de verdad, Diego Costa. Apoño, en su única acción reseñable, envió un balón a Postiga y el portugués cazó un golazo justo en el momento en que La Romareda enseñaba una nueva ración de agapitada. La segunda parte, además de la entrada de Costa, solo tuvo noticias malas para el Zaragoza. Su defensa se aculó, Lanzaro convirtió su banda en una autopista --por ahí llegaron los dos goles-- y la distancia entre líneas aún se hizo más inmensa.

Los cambios mejoraron al Rayo y empeoraron al Zaragoza, porque ni Lafita ni Juan Carlos están para mucho y Mateos, de mediocentro, no está para nada. Como el resto del equipo, vamos. Casado puso un balón de gol a Diego Costa y otro a Michu. Y ahí se acabó todo. También la fe en cualquier milagro.